#ExperienciaCarmelo día 2: de príncipes a vagabundos

Estiro el brazo y no alcanzo a tocar la cara de Andrés. Es que la cama es de dos ambientes, tan pero tan grande y cómoda, que cada uno durmió despatarrado sin que el otro se dé cuenta de que había otra persona acostada en el mismo colchón.

Estamos descansados, relajados, tranquilos. El aire de Carmelo logró distendernos casi por completo y seguimos dentro de un aura fantástica. Nuestro paladar también está hipnotizado de tantos sabores y el desayuno no se queda atrás: nos sirven un omelette perfecto, en la cocción perfecta y con un sabor ideal. Intentamos servirnos todo lo que podemos porque las opciones son muchas, desde croissants recién sacados del horno, jamones y quesos de primera calidad hasta cupcakes caseros y almendras y nueces tostadas bañadas con miel.

A las 11:15 nos esperan para la última actividad de este blogtrip: una cabalgata en la mismísima Tierra de Caballos. Siempre que existe la posibilidad de galopar un poco, aunque nunca me anime a levantar mucho vuelo, aceptamos. Andar a caballo despierta casi las mismas sensaciones que la bicicleta por su andar tan lento y la conexión que uno logra con el camino. Damos una vuelta bastante larga cruzando diferentes terrenos y paisajes y conversamos con Marcelo, la persona que está a cargo del lugar y de que nosotros disfrutemos este paseo.

Siendo casi las 12 del mediodía, volvemos al hotel y empiezan las despedidas. Los bloggers que nos acompañan en este viaje buscan sus cosas y se preparan para la partida con destino a Buenos Aires a bordo de la Cacciola.

A pesar de haber sido un viaje corto fue lo suficientemente intenso como para que nos saludemos con ganas de volver a compartir otra escapada juntos. Con la mayoría nos hablamos seguido a través de las redes sociales sin conocernos y gracias a esta invitación del Four Seasons Carmelo logramos desvirtualizarnos, algo que tanta falta hace en esta era donde las letras del teclado se vuelven tan habituales y normales.

Una cálida despedida con un cartel especialmente dedicado para nosotros 🙂

Nos quedamos con Andrés solos en la entrada del hotel y aunque no estaba en los planes, nos hacen un obsequio más: nos invitan a almorzar en el restaurante de la Finca Narbona que cuenta con una bodega y tambo almacén.

Desde el pueblo de Carmelo hacia la finca son sólo 10 kilómetros por la Ruta 21, en el km 268

Si en algún momento etiquetamos a Carmelo como nostálgico, acá lo reconfirmamos: viajar a este rincón uruguayo es como viajar en el tiempo. En Narbona funcionaba un viejo almacén y sus detalles siguen intactos: sus barras de madera, bombitas de luz colgadas sin ningún otro tipo de decoración, abanicos y balanzas de antaño.

Caminamos en dirección a los viñedos recorriendo el casco de la estancia original con fecha 1909 donde Juan de Narbona fundó una de las primeras bodegas del país. Hoy, además de producir vinos Tannat, Pinot Noir, Petit Verdot, Viognier y Syrah, también elaboran mermeladas, almíbares, galletas, quesos, pasta seca y aceite de oliva.

Nos sentamos en una de las mesas de campo de la galería, degustamos sus vinos y probamos una sopa de calabaza y jengibre, un riquísimo lomo y una milanesa de costillar. ¡No podemos pedir nada más!

Empiezan a sonar las campanas del final de nuestro propio cuento, señal de que las rutas uruguayas están esperando que las recorramos. Volvemos al hotel, ordenamos las alforjas, inflamos las cubiertas de las bicicletas, les subimos el cierre a las camperas y después de una vuelta de pedal, le decimos hasta luego a este mundillo de experiencias diferentes que nos hacen pensar en los contrastes que puede tener un mismo viaje.

Nos damos cuenta que podemos disfrutar del lujo de un hotel cinco estrellas como de una noche de luna llena acampando al lado de una playa, que las medialunas caseras son iguales de ricas que los mates con bizcochitos y que el lomo recién sacado del horno de barro es igual de exquisito que unos fideos con salsa cocinados con el calentador.

Armamos la carpa en un camping náutico a orillas del Río de La Plata y nos vamos a dormir, esta vez bien pegados uno al lado del otro, intentando recordar cómo en menos de un metro cuadrado lográbamos descansar tan pero tan bien.