Días de ruta austral (1)
Salimos de Caleta Tortel hacia Cochrane, la primera ciudad de este viaje de sur a norte por la Carretera Austral. Nos vamos con la sensación de estar dejando algo atrás: la ruta sigue serpenteando bosques, lagunas y arroyos; sin embargo en el paisaje se empieza a notar una transición sutil pero evidente: ya no se ven tantas cascadas, los ventisqueros se encogieron, el verde se convierte en ocre estepario. Eso: estepa. Si bien el bosque sigue siendo parte de la escena, ya no es el actor principal. Los campos empiezan a estar delimitados por tranqueras y alambrados. Las casas de madera, los corrales, las camionetas 4×4 y los hombres de campo van apareciendo como extras dentro de esta película austral. Lo que dejamos atrás es la naturaleza poco intervenida de los primeros kilómetros.
Freno en la banquina mientras Andrés entra a una casa-almacén para comprar algo de pan. El viento está frío. Pienso en el té caliente que me voy a tomar en la próxima curva y en el sanguchito de queso, tomate y zanahoria que me hace crujir la panza. Andrés vuelve con una bolsa, una botellita de plástico color bordó y ganas de contarme algo. “¿Ves esta mermelada?”, me dice señalando la botella, “la dueña del almacén se las pide a su hija que vive en Coyhaique porque sabe que el ciclista no quiere cargar tanto peso y que prefiere el plástico antes que el vidrio. Nos invita a tomar un té, ¿entramos?”.
En el frente de la casa hay flores amarillas y violetas, un invernadero y un perro con nombre de actor. Una mujer nos abre la puerta y con el calorcito de su cocina económica nos invita a pasar. Su voz es suave y serena, su piel es oscura igual que sus ojos y con sus manos nos acaricia la cara cuando la saludamos. Nos cuesta horrores deducir su nombre (a veces los chilenos hablan tan bajito y tan rápido que no les entendemos nada), pero después de cuatro intentos lo logramos: Luzmira Muñoz.
Ella elige sus mejores tazas. Apoya en la mesa los platos, las cucharas, la panera con el pancito recién sacado del horno y la última mermelada casera de grosellas y guindas que le quedó sin vender. Agarra la azucarera, el agua caliente y dos saquitos del “té bueno”. Nos cuenta que trabajó durante muchos años en un comercio, pero su sueño siempre fue servir. Le encanta recibir viajeros, darles algo calentito y que se sientan como en casa por un rato. A su marido mucho no le convencía esta idea, pero ella decidió hacerlo igual porque quiere ser feliz. Nos cuenta sobre los ciclistas que conoció, sobre sus hijos que están lejos y sobre su precario inglés con el que no puede comunicarse como le gustaría. En eso entran dos japoneses a comprarle pan y mermelada, y nosotros nos convertimos en un puente para conectar dos idiomas que se escuchan como jeroglíficos. Cuando se van le anotamos en un papel las frases que más le pueden servir (“hello”, “I sell jam in plastic bottles, fruits and vegetables”, “Do you want home-made bread?”) y nos despedimos con una de sus frases para que empiece a correr: “traigan muchos ciclistas pa’ estos pagos”.
Lo primero que vemos cuando llegamos a Cochrane es un COCHRANE blanco y gigante a lo Hollywood y una esquina sobre la calle principal con unas letras pintadas en rojo que dicen INTERNET y WIFI en el frente. También deberían decir “acá se venden las tortas caseras más ricas de la Patagonia chilena”, pero quedaría demasiado largo. Nos cambiamos la ropa, pedimos dos tazas de café con leche y una porción de torta hojaldrada con manjar (o como ellos llaman al dulce de leche), salsa de frutos rojos, chocolate y crema pastelera. Llegar a un lugar así después de tres días de ruta es la mismísima gloria.
A la tarde nos encontramos con Jesús, nuestro host de Couchsurfing. Cuando llegamos a su casa en las afueras de Cochrane, Mugre (su perra) y Pimpinela (la hija de Mugre, bautizada así por Andrés), viene al trote para saltarnos encima y jugar. Nos acordamos de Bravo y Goofy, nuestros perros, y nos ponemos a jugar como lo hacemos con ellos: corremos de un lado al otro, les damos unas caricias y los agitamos de vuelta para que sigan corriendo, y cuando queremos terminar el juego, no hay forma de sacárnoslos de encima.
La casa de Jesús está rodeada de cerros y árboles, tenemos un cuarto con una cama matrimonial y una mesita de luz donde acomodo las pocas cosas (de mujer) que llevo conmigo: dos cremas, un estuche con varios accesorios (como por ejemplo el rimmel que nunca uso), el protector solar y los anteojos. Es mi ritual cuando llego a un lugar donde me voy a quedar varios días: planto bandera y digo “acá me quedo”. Charlamos con Jesús y al rato nos quedamos solos en nuestra nueva casa. Lo primero que hacemos es ordenar la cocina porque hombre solo en casa sola es sinónimo de cocina dada vuelta. Ese acto cotidiano de ordenar y limpiar nos saca de nuestra rutina de viaje y nos da la sensación de hogar que a veces extrañamos. A la mañana siguiente tomamos el desayuno con el sol en la ventana y destinamos el día a escribir y a editar fotos. A veces en pleno viaje deseamos esos “días de oficina” como nosotros los llamamos: días sedentarios de blog, mails, Lightroom, mates y diario de viaje en mano.
Andrés, al tercer día, ya quería acción de vuelta. Su plan: caminar 30 KILÓMETROS (sí, 30) por la Reserva Nacional Tamango. Cuando vi estas fotos me arrepentí de no haber ido
A la tarde Jesús llega con una viajera en su camioneta. Se baja Ramona, una rubia de ojos celestes y tez blanca con acento mitad español mitad inglés que desde hace un año viaja sola por Sudamérica a dedo. Lo primero que hace es reírse, quejarse de su mochila pesada y de su menú diario de espaguetis. Ella dice que es introvertida, pero no para de hablar ni un segundo. Después me explica cuáles son las características de un introvertido (procesan la información a un ritmo diferente que los extrovertidos, por ejemplo) y llego a la conclusión que soy un 50% introvertida y un 50% extrovertida dependiendo de la época del año y de la estación.
Con Rami y Jesús convivimos cuatro días: salimos a caminar, probamos tortas caseras, vamos a la Fiesta Costumbrista de Cochrane donde comemos papas fritas, mote con huesillo (un clásico del sur de Chile), empanadas y tomamos jugo de frambuesa, vemos jineteadas y recorremos el pueblo mientras los pioneros desfilan por las calles con sus caballos; pasamos la tarde en el lago Esmeralda, nos acostamos en la cama a leer y escribir, vemos películas, hacemos pizzas y panqueques, cocinamos “queques” (budines) de banana, nos reímos sin parar mientras tomamos vino chileno y jugamos con Falacias, la gatita de la casa. Ponemos el movimiento en pausa y elogiamos eso que en viaje nos hace un poco de falta: el saborcito de lo cotidiano.
Salimos de Cochrane con ganas de conocer el Parque Nacional Patagonia, pero las intenciones quedan varadas en una curva con bajada pronunciada. La bici agarró velocidad, no vimos el desvío y el acceso al Parque quedó unos cuantos kilómetros arriba. Andrés, de mal humor por el descuido, quiere cortar el alambrado que está al costado de la ruta para acampar cerca del río Chacabuco al grito de: “¡¿QUÉ HACE UN ALAMBRADO ACÁ?!”, pero el alambre es demasiado grueso y mi voz de “¡TE CALMÁS!” lo ayudan a bajar los humos. Encontramos un huequito para pasar entre el poste y el alambrado, cruzamos las alforjas y las bicis y armamos campamento.
Al otro día nos despertamos con el sol pegando de lleno en la carpa. Hace tanto calor que nos vestimos con las badanas y las remeras de manga corta, nada más. Los primeros dos kilómetros son en subida y se hacen eternos, el ripio está seco y los autos levantan un polvo descomunal. Mientras pedaleo escucho al Pity Álvarez cantar “Fuego”, me cae una gota de transpiración por la frente y tengo que cambiar de canción. Después de pedalear unas horas frenamos en un refugio de colectivos para almorzar y caminamos hacia la confluencia de los ríos Baker y Neff.
El sendero está rodeado de arbustos y árboles. El agua se escucha cada vez con más intensidad y las piedras son postas para nuestros pies. No llegamos a pestañear cuando de repente el frente boscoso se convierte en agua. El río Baker (el más caudaloso de Chile) avanza con una fuerza sobrenatural. En su cauce hay rocas tan grandes y pesadas que quedaron imantadas en la única caída que hace al agua saltar. Su color es turquesa y brilla con el sol, se arremolina con la corriente, cae como espuma y ¡PLAFF! Los sonidos del agua no le dejan lugar a ningún otro sonido ambiente. El río Neff corre a la izquierda sin mayores pretensiones que contrastar al Baker con sus aguas grises mientras los dos se rozan… y el ciclo vuelve a empezar una y mil veces más.
Franco
Hola chicos!! Muy lindas lecturas y fotografías por supuesto. Me parece muy buena su producción y el laburo que hacen motiva un montón. Por eso justamente tomé su experiencias de viaje para trabajarlas en el aula, el único problema que he tenido es que no he sabido marcar una ruta en el mapa de Argentina, no me queda muy claro aún los trayectos. Yo quería marcar una ruta en el mapa y poder mostrarlo indicando la ubicación de cada lugar.
La Vida de Viaje
Hola Franco! Muchas gracias 🙂 Este artículo es de Chile haciendo lo que se conoce como La Carretera Austral (Ruta 7) En este link podés ver detalles del recorrido: https://ridewithgps.com/routes/26623347
Roger
Gracias !!!! Felicitaciones !!!vuela mi imaginación y viaje mentalmente!!!Me teletrasporto y sueño!!! Sueños de libertad ja !!! Abrazo grande roger de vicente lopez
La Vida de Viaje
Roger querido! Gracias! Nos vemos pronto! 🙂
Miguel Àngel R. Bazàn
¡FELICITACIONES!!!, muchas gracias por seguir proyectando y estimulando èsta filosofìa de vida sobre pedales. Un Abrazo desde ‘La Còrdoba Turìstica Argentina’
La Vida de Viaje
Gracias Miguel! Muchos abrazos!
Javier
Hermosas fotos. Es un día lluvioso acá en San Clemente del Tuýu (12-8-17). ¿Qué camara usan? Mi novia y yo andamos ganas de salir a rodar también
La Vida de Viaje
Hola Javier! Muchas gracias! La cámara es una Canon 60D. Si tienen ganas de salir a viajar en bici en el blog subimos muchas guías con diferentes niveles de dificultad, así que solo resta fijar fecha y destino 😉 Si necesiten algo nos chiflan!
Rafael sandoval
Maravillosa narración, no pude parar de leerla, gracias por compartir.
Un abrazo a Luzmira!
La Vida de Viaje
Gracias Rafael! 🙂 Abrazos para vos también!
David
“Los mundos nuevos deben ser vividos antes de ser explicados”. Alejo Carpentier, cubano.
Gracias desde Medellin Colombia. por ese granito de inspiración, que pronto llena mis ganas de mi propio viaje.
La Vida de Viaje
Gracias por tus lindas palabras David! Vamos a anotar esa frase, nos encantó!
Juan Pablo
Excelente el relato, las fotos, los lugares, todo!!! Espero en 2018 poder ir en bici a visitar a Luzmira, me encantaría hacer esa ruta. Saludos!!
La Vida de Viaje
Por favor! Luzmira va a estar FELIZ ❤ La Carretera Austral es hermosa, Juan Pablo. Te va a volar la cabeza!