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Istria Croacia

Istria, un viaje al otro lado del mundo

Podría empezar a contarte este viaje desde el minuto en que me subí al avión para cruzar el océano por primera vez en mi vida. O podría decirte con el pecho inflado de orgullo: “me invitaron a un viaje de prensa” y omitir todo lo que pasó antes de que llegara esa invitación formal (y que vos digas: “faaaaa, qué mina con suerte”). También podría escribir una guía que posicione en los buscadores y caer en la ruleta rusa de Don Google, pero prefiero ser honesta y contarte las cosas tal cual fueron: este viaje empezó como una obsesión.

Los que nos siguen hace tiempo saben que nos gusta la aventura. Que lo que nos mueve es el aire libre y la vida en la naturaleza. Que la Patagonia es (casi) nuestro segundo hogar. Sin embargo cada tanto yo me revelo contra mis propias elecciones y me quejo de la lluvia, de las subidas interminables, de lo que me duele el cuerpo y de todas esas cosas que a veces viajando en bici o en kayak se vuelven tediosas. Como soy una persona que se caracteriza por exteriorizar absolutamente todo lo que le pasa, a veces convierto la carpa y los refugios de colectivos en confesionarios (y por suerte Andrés prende la cámara rápido para registrarlo)

(si no querés ver 4 minutos de delirio, con que llegues al minuto 2:50 es suficiente):

La primera vez que leí Istria fue en un anuncio de Facebook en febrero de 2016. Yo estaba en Bariloche, emponchada de pies a cabeza scrolleando la pantalla del celular. El anuncio se dirigía a influencers, bloggers de viajes y fotógrafos y decía algo así como: “Participá en nuestra convocatoria y ganate la mejor semana de vacaciones del mundo”. Generalmente salgo corriendo cuando leo palabras rimbombantes como estas, pero en lugar de irme hice click en el video que acompañaba la publicación. No sé si el marketing me entró de lleno en los ojos, pero fue amor a primera vista. Yo quería calor, quería Europa y quería mar Adriático. Respondí todas las preguntas, le pedí a un amigo que las tradujera al inglés, completé el formulario e hice click en enviar. Desde ese momento decreté que nos iban a elegir y mi ansiedad escalaba montañas. Un mes después recibimos un mail de los organizadores. Cuando veo en el asunto “Congratulations!” (Felicitaciones!) casi me da un paro cardíaco. Cuando lo leo, se me cae el viaje del pedestal: “tu blog fue seleccionado dentro de los mejores 20, pero solo los primeros 10 tienen el pasaje de avión incluido. El resto solo la estadía”. Nuestro blog había quedado en el puesto 11. Sí, 11. No lo podía creer. Me dije: “a Istria yo voy a viajar igual” mientras que Andrés ya había descartado cualquier plan B, C o D porque según él “sin avión es lo mismo que nada”. Mi radar obsesión volvió a activarse y no iba a aceptar un no como respuesta.

Los meses pasaron y ese viaje siguió dando vueltas en mi cabeza. En octubre volví a escribirles a los organizadores con la intención de preguntarles qué semana tenían disponibles para organizar mi viaje (mi idea era definir la semana primero para conseguir el pasaje de avión después de alguna manera). Su respuesta fue la siguiente: “Hola Jimena. Podés viajar en junio o en octubre por tu cuenta o si querés podés ser una de las influencers invitadas para la campaña #ShareIstria (#CompartíIstria) del 2017. Esto incluye estadía y pasajes de avión. Por favor respondenos a la brevedad”.

….

Mi obsesión ya era una realidad.

La letra chica decía que solo uno podía viajar y por eso fui sola (la realidad es que siempre me visualicé viajando sola, por eso ojo con lo que intencionás porque se cumple en tanto y en cuanto lo quieras y lo creas posible) (in your face Andrés!).

Desde muy chica me fascina volar. Recuerdo la vez que mi abuelo (piloto de Aerolíneas Argentinas) nos hizo entrar a mí y a mis primos en la cabina: con el cielo visto de frente le declaré mi amor a los aviones. El viaje más largo que hice fue hasta Estados Unidos, pero esta vez Istria me redoblaba la apuesta: un vuelo de 16 horas desde Buenos Aires hasta Estambul, noche en Estambul y un vuelo de 2 horas hasta Zagreb, la capital de Croacia. El detalle es que iba a viajar en primera por primera vez en mi vida.

El asiento es ancho como un sillón. Me acomodo y me acercan unas toallitas para las manos que tienen perfume a jazmín. De frente veo una carta tipo restaurante y otra más chiquita de bebidas. Leo una frase que dice: “queremos que te sientas como en casa en pleno vuelo”. Al lado pantuflas, medias y un neceser con pasta y cepillo de dientes, crema para las manos y los labios, perfume y no sé cuántas cosas más. La cabina empieza a cambiar de colores (de azul a violeta de rosa a amarillo) en el exacto momento en que me convidan una copita de vino blanco. Me quedo quieta un segundo: ¿esto es real? El avión despega y yo ya tengo puesto todo encima: las cremas, las pantuflas, las medias y el perfume. Me conecto a internet: hay wifi a bordo durante todo el vuelo. Me sirven la cena: entrada, doble entrada, plato principal, postre, doble postre. En el medio de la cena me tengo que desabrochar el botón del pantalón: prefiero eso antes que resistirme a los sabores extrasensoriales de la comida turca. Voy al baño y cuando vuelvo la azafata me está armando la cama, sí la cama: el asiento se reclina al punto de estar horizontal y hasta te hace masajes. Un chef me pregunta si quiero desayunar frutas y omelettes a la mañana siguiente y se me tilda la mente. Que alguien me pellizque porque no puedo creer todo lo que estoy viviendo.

En el aeropuerto de Estambul fui a conocer el lounge exclusivo de Turkish Airlines. Además de ser gigante, tiene cine (¡y pochoclos!), mesa de pool (y una biblioteca atrás que se te cae la baba), pista de scalextric, pista de golf, suites para dormir y platos de comida turca e internacional las 24 horas. Debe ser el único lugar en el mundo donde rogás que el vuelo se retrase o cancele

4:30 am arriba, a las 5 en el aeropuerto, 7:20 vuelo desde Estambul hacia Zagreb

En Zagreb me recibe Goran, uno de los organizadores del viaje de prensa. En sus manos sostiene un cartel con mi nombre y cuando lo veo me sale la argentina que tengo adentro: hago honor a mi país y lo saludo tan eufóricamente como si lo conociese de toda la vida (soy muy políticamente incorrecta a veces), pero se ve que eso rompió el hielo porque durante las 2 horas y media de viaje desde el aeropuerto hasta Draguć (mi primera parada en la península de Istria) no se escucha ni un solo silencio en todo el viaje.

Mi atención juega un ping pong entre mi cabeza (que trata de hacer las conexiones neuronales necesarias para armar una oración en inglés después de años de no usar ese idioma) y el paisaje (verde, verde, verde, montañas, montañas, verde, verde). Goran me cuenta que Istria se divide en dos: Green Istria (la Istria verde) y Blue Istria (la Istria Azul). La primera es la del bosque y la naturaleza a flor de piel, la segunda es la que tiene vista al mar. Yo, que tengo el ojo puesto en lo natural, me quedo atónita cuando me dice que en este país casi todos los espacios verdes son libres. Me describe la cantidad de rutas que hay para hacer en bici y sin haber visto nada ya sé que acá voy a volver.

En el centro de la península está Draguć, un pueblo escondido detrás de siete cerros y donde solo viven 40 habitantes. Se lo conoce como el “Hollywood de Istria” porque muchas películas fueron filmadas ahí aprovechando su escenografía medieval. Desde el minuto en que me bajo del auto y empiezo a caminar sus callecitas, no quiero hacer otra cosa que sacar fotos. Que los gatitos en las esquinas click. Que las flores en los balcones click. Que las iglesias click. Que los frescos click. Que las puertas (oh, las puertas) click. Que los pasillos de piedra click.

Istria, Croacia

Draguć sobrevivió ataques, incendios y enfermedades en épocas de guerra. Que hoy esté así de conservada es un milagro

Esta es la iglesia St. Roch construida a principios del siglo XVI. Su interior está decorado con murales pintados en 1529 y 1537

De Draguć nos vamos a Possert, un fuerte aristocrático construido en la época medieval poco conocido en Istria, desde donde se puede ver el Dvorac Belaj, una de las herencias históricas de la República de Croacia. Los dos están siendo reconstruidos a puro pulmón por sus propios pobladores ya que no reciben ayuda de organismos privados, y me gustó saber esto porque derribé el prejuicio que tenía de que del otro lado del mundo todo es fácil y se consigue de taquito. El plan en un futuro es hacer una especie de “corredor de castillos” para conectar este con otros tantos que hay en The Učka, una de las cordilleras de Istria.

A esta altura del día y con el jet lag encima yo me siento en la estratósfera. Goran me dice: “Jimena, ¿estás cansada? Podemos ir directo al hotel o si tenés ganas vamos a hacer una bajada en zipline por las cuevas de Pazin”. WTF!? El zipline es parecido a una tirolesa y las cuevas de Pazin (conocidas como Pazinzka Jama) fueron el lugar de inspiración para Julio Verne y su libro “Matías Sandorf” que relata la historia de un noble que conspira contra la monarquía austrohúngara y que al ser atrapado lo encierran en el castillo de Pazin ubicado al borde de un acantilado (comentario spoiler: por ahí mismo después logra escapar). Cuando me cuentan esta historia entro en modo “reserva de energía” y digo sí, voy a cruzar las cuevas en zipline. Después me encuentro con que las dos primeras líneas tienen 80 metros de largo, la tercera 220 metros y se cruza a una velocidad de 50 km/h, la cuarta 280 metros y la velocidad máxima ni la pregunto porque cruza el acantilado de punta a punta y el abismo mete miedo. Creo que estuve a punto de provocar un derrumbe a causa de mis gritos.

Istria, Croacia

Después de tanta Patagonia llegué acá y me quería tirar de bomba. Con ustedes: Zarecki krov

Cuando me dicen que el hotel donde me voy a quedar tres días está en una isla pienso tres cosas: una, que si está en una isla vamos a tener que llegar sí o sí en barco y en consecuencia cruzar más de una vez el mar Adriático (felicidad); dos, que si está en una isla va a haber más de una playa (felicidad duplicada); tres, que si las habitaciones tienen balcones la mayoría va a tener vista al mar (felicidad triplicada). La realidad superó mis expectativas: el hotel es un resort de 5 estrellas con siete playas, tres piletas, cuatro restaurantes, un barco privado que te cruza cada media hora y balcones anchos con vista al mar. El hotel tiene nombre de mujer y doble apellido: Valamar Isabella Island Resort.

Istria, Croacia

De un lado la ciudad de Poreč, del otro la isla

Istria, Croacia

Mi sueño de viajar cerca del mar no pudo haber elegido mejor geografía

Amanezco con el mar en la ventana y un calor que por ser junio sofoca. El plan del día es caminar por Poreč, probar los platos típicos de Istria y terminar en una bodega boutique para degustar los vinos de la región. El viaje que empecé sola, siguió acompañado: ese día conocí a mis dos compañeros de viaje con los que iba a compartir toda la semana. Lily Rose (rubia, siempre prolija e impecable, francesa hasta la raíz) y Fedja Salihbasic (dinamarqués, delirante y gracioso hasta cuando no habla). Los tres formamos el grupo de los influencers más locos del mundo que se reían de todo todo el tiempo. El viaje de prensa poco a poco se fue convirtiendo en un viaje de egresados donde lo único que importaba era divertirse (y trabajar, claro).

Istria, Croacia

Poreč es una antigua ciudad romana protegida por la UNESCO, convertida hoy en uno de los lugares más populares de la península

Istria, Croacia

Poreč y el mar Adriático a oscuras

Pensaba que caminar durante todo el día me iba a cansar y que la arquitectura me iba a aburrir. Pensaba solo en el mar. Pensaba en la bici y me decía a mí misma: la vas a extrañar. Pero nada de eso me pasa en Croacia. Al día siguiente conocemos Pula, la capital de Istria. Visitamos el Anfiteatro Romano, llegamos hasta la Puerta de Hércules, entramos en el Templo de Augusto, me pierdo, me vuelvo a perder, voy de una calle a otra con la mochila al hombro y la cámara de fotos en mano y más de una vez la guía que nos acompaña me pierde de vista y en un momento riéndose me dice: “¡es que no puede ser que camines tan rápido!”. Es que sí: no me quiero perder nada. La curiosidad y mi velocidad ciempiés están en modo on desde que llegué.

Nos despedimos de Poreč y nos vamos a pasar tres días a Buzet. El contraste entre una y otra es clarísimo: la primera es la popular, la segunda es la sofisticada. A medida que vamos subiendo por una colina caracol, yo voy bajando la ventanilla del auto: tengo que respirar el aire verde de este lugar. Me encuentro con un pueblo de ventanas color esmeralda, balcones de piedra y flores rojas. Cuando el asfalto se convierte en empedrado, frenamos. Mi primera impresión es que acá no se esconde nada. La ropa colgada en la calle, la vida al natural, los pájaros que se escuchan desde que te levantás hasta que te vas a dormir. Debajo la ciudad nueva, arriba el pueblo. Los dos conviven sin tocarse. Los dos son completamente diferentes, pero se complementan. A mí dame el de arriba: ahí es donde me gusta estar.

Istria, Croacia

Mi ventana (fotón de Lily Rose)

Istria, Croacia

No sé cuál es su nombre real, pero yo la bauticé “la puerta dorada”. La encontramos en Buzet cuando salimos a caminar después de una siesta. En la calle no había nadie, solo vimos a una mujer regando sus plantas y a un gato durmiendo panza arriba. Se escuchaban pájaros. Planeaban en el cielo y cantaban entre ellos mientras la luz brillaba. Era una luz tan naranja y tan intensa que le di la cámara a Lily Rose y le dije: “esta puerta y este momento me están queriendo decir algo, cuando la cruce sacame una foto”. Y este es el resultado. No sé a vos, pero a mí esta imagen me transmite muchísimas cosas. Y si me pongo a pensar en todas las puertas que me animé a cruzar en estos últimos 6 años se me pone la piel de gallina. Solo te puedo decir una cosa: confiá y pisá con fuerza; sentí el suelo, sentí el cielo. Y cruzá. Del otro lado sucede la magia.

Istria es una de las mejores regiones gastronómicas de Croacia. Y uno de sus secretos culinarios más caros y autóctonos son las truffles (en español: trufas) que son unos hongos comestibles (los más comunes son los negros y blancos) que crecen bajo tierra y que pueden llegar a tener el tamaño de una manzana. Son riquísimos y de un sabor muy intenso. A pocos kilómetros de Buzet hay un restaurante especializado en truffles (que es lo mismo que decir le ponen truffles a todo): Zigante Tartufi, un lujo. No solo porque el lugar en sí es una paquetería (así lo definiría mi madre) sino porque además los platos son dignos de premios por cómo llegan a la mesa. La cata de platos que probamos da calambre estomacal: truffles con forma de huevo, truffles con pasta, crema de truffles, aceite de truffles, helado de truffles y no sé cuantas cosas más con truffles. La mejor compañía para estos platos, obviamente, el Dalmacia. Confesión: comí tantas truffles que salí con ganas de no comer más truffles en mi vida.

De ahí salimos para Grožnjan, conocida como la “ciudad de los artistas”

Istria, Croacia

Callecitas empedradas, jazz en las esquinas, galerías de arte y su historia medieval asomando en puntitas de pie

Al otro día el plan es ver cómo se cazan las famosas truffles. Y lo que pensé que iba a ser una experiencia al pasar, se convirtió en una cacería a las corridas (literal) por el bosque. La cosa es más o menos así: las trufas se recogen una vez están maduras. Esa búsqueda o “caza” es dirigida por un cazador de trufas profesional (sí, en serio: se lo llama “truffle hunter”), mientras que las trufas son encontradas por perros que desde cachorros se los entrena para que su sentido del olfato sea sensible a su olor. Una vez que el perro encuentra la posición de la trufa empieza a cavar esquizofrenicamente con sus patas (y hay que correr detrás de él porque si no se la come), se le da una recompensa por su hallazgo y el cazador excava, la saca y tapa el agujero para posibilitar que se desarrolle una nueva raíz. Después las trufas se lavan, clasifican y evalúan teniendo en cuenta el olor, el tamaño, la forma y la impresión general. Lo poco que filmé durante la caza no está bueno (me la pasé corriendo de un lugar a otro y la imagen se mueve muchísimo), así que para que sientas un poquito lo que se vive cazando trufas, te comparto este video de Karlić Tartufi, que son los que organizan las “Truffle Hunting Experience” con degustación incluida:

Istria, Croacia

Ventanas que me encontré por ahí y que me quería llevar a casa

La última parada (que no estaba en el itinerario) fue Rovinj, la ciudad romántica de la península. Artistas con saxo y guitarra en mano, calles adoquinadas con perfume a lavanda y jazmín, artesanos apasionados de su arte, gaviotas volando sobre el mar y un cielo rosado que por la tarde se llena de suspiros. Rovinj es el templo barroco más grande de Istria y en ella todo es pintoresco y fotogénico, desde sus mercados hasta su costa y sus veredas.

Istria, Croacia

Este viaje no terminó acá. De Croacia me fui a Italia para seguir tejiendo este entramado de sincronicidades que me llevaron de viaje al otro lado del mundo.

Datos útiles para viajar a Istria:

– La mejor época para viajar a Istria es en junio o en septiembre (julio es el mes más caluroso del año).

– Según la gente local, es un destino barato en comparación con Estados Unidos y algunas ciudades de Europa.

– Dicen que con una semana de viaje es suficiente (yo me quedaría mínimo 10). Lo ideal es contratar un auto por las largas distancias que hay entre ciudades y pueblos. Casi no hay transportes públicos.

– La moneda local es el kuna (1 euro equivale a 7,44 kunas, datos de febrero de 2018).

– Viajá conectado a Internet sin pagar roaming con la Tarjeta SIM de Holafly. Si vivís en España, Francia o Alemania, tenés disponible la SIM física. Si no, tenés la opción de la eSIM (que te permite conectarte desde donde quieras escaneando un código QR). Con el código LAVIDADEVIAJE tenés un 5% de descuento. ¡Aprovechalo!

– Los aeropuertos cercanos a Istria están en Zagreb, Pula o Venecia (este último vuela una vez al día y para llegar a Istria son 3 horas de viaje por tierra).

– Para llegar a Istria desde Argentina, podés tomarte un vuelo de Turkish Airlines que hace escala en Estambul y después vuela hacia Zagreb. Desde ahí, son 233 kilómetros hasta el centro de Istria.

– Si querés más información sobre este destino, visitá su página oficial.

– Si querés viajar con una asistencia al viajero, te recomiendo Asegurá tu viaje. Ahí mismo vas a poder cotizar y comparar más de 20 compañías de asistencia al viajero y conseguir el mejor precio.

– En este mapa marqué dónde dormí y comí, y los lugares que visité por si lo querés tener de referencia:

* Gracias a Goran, Marko y al Istria Tourist Board por organizar la mejor semana de vacaciones del mundo (sí, ¡el marketing era cierto!). Y gracias Fedja y Lily por hacerme reír tanto. Espero volver a encontrarlos en otros viajes.

Escritora y nómada digital. Viajo desde el 2013 y comparto en este refugio digital mi estilo de vida. Me apasiona la escritura y sobre todo inspirar y animar a través de la palabra. También escribo en luzyhumo.com y mi primer hijo de papel se llama Letras Luz. Dicto talleres de escritura y de viajes, no puedo vivir sin mis libros y cuadernos, y soy fan de la autoexploración.

Comments

  • Nati
    14 abril, 2018

    Desear desear desear. Y confiar a full en eso, no? ❤

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  • Horacio
    4 marzo, 2018

    Me encantó el relato, lograste transportarme a ese magnifico lugar.
    Espero mas relatos como este.

    Un abrazo grande.

    reply
  • Noumena
    2 marzo, 2018

    Thank you for your blog post. Really thank you! Awesome.

    reply
  • Federico
    21 febrero, 2018

    Me gusta esa magia que generas en mí a través de tus palabras. Nunca lei un blog en mí vida. Me encantó leerte y observar tus hermosas fotos. Gracias por este lindo momento.

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  • Pol
    20 febrero, 2018

    Amooooooo que la vida de viaje cruce el charco grande… que sea el primero de 1000 post sobre Europa en bici. Juro que me prendo y los acompaño! (un tramito corto… jejej)

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