Microhistorias de frontera
Son las nueve de la mañana y todavía seguimos en Iguazú. Susi nos prepara un café brasileño con crema mientras nos pregunta por qué no logramos salir más temprano si nuestro plan era pedalear con “la fresca” de las seis am. No sabemos qué responderle porque siempre, por una cosa u otra, nos demoramos.
“A esta hora el sol arde y si ahora arde no queremos imaginar lo que va a ser a las tres de la tarde”, decimos casi al unísono,
Sentimos nuestras piernas como dos plomos: hace once días que ni ellas ni las bicicletas se mueven. Recordamos lo que dijimos ya unas cuantas veces: si nos quedamos más de dos días en un mismo lugar hay que salir a pedalear para no perder el entrenamiento. ¿Entrenamiento? ¡No nos engañemos más! Ninguno de los dos resiste un archivo.
Dejamos la ciudad y partimos hacia al sudeste misionero. Diecisiete kilómetros después llegamos a un puesto de Gendarmería sabiendo que la única ruta que debemos tomar es la 101 que cruza el Parque Nacional Iguazú.
Escuchamos las voces de dos hombres cuando la puerta de madera se abre:
– Señor, ¿de dónde viene?
(me pregunto por qué no me incluye en la conversación si ve que somos dos)
-De Buenos Aires, le responde Andrés.
-Tenga cuidado con los tigres, señor.
(y a mí que me devoren, ¿no?)
Los dos le agradecemos y empezamos a pedalear por un camino de tosca y tierra colorada.
“Hay tigres”, me repito mentalmente una, tres, cinco veces. Andrés nota que pedaleo más rápido de lo normal. “Sí”, le digo sin vergüenza, “quiero salir YA de acá”.
Imagino varios tigres escondidos detrás de los helechos gigantes mientras esperan que alguno de los dos se distraiga para atacarnos. Escucho las caídas de las cataratas, pienso otra vez en los tigres, me distraigo con las formas de los troncos y con esa mariposa azul gigante que vuela a nuestro ritmo, vuelvo al tigre, me olvido, disfruto del silencio del camino.
Y veo este paisaje y escucho ruidos y quizás son los tigres
Y las mariposas vienen hacia nosotros
Son las doce del mediodía, no hay nubes ni tigres a la vista. La última subida de estos 40 km de pura selva tiene forma de U invertida. Salimos del Parque Nacional y no es necesario ningún cartel de despedida: el desmonte marca la diferencia entre un terreno protegido y otro explotado.
Estoy empapada por la transpiración. Andrés también. El sol nos quema la nuca y estimo que los grados rondarán en unos 30. Son las dos de la tarde y es una locura seguir pedaleando con este fuego húmedo. Pensamos en sombra y agua, agua helada. Ya hicimos 60 km y es todo un logro.
Frenamos una moto para preguntar si hay algún almacén sobre la ruta y un señor de ojos claros nos dice que hay uno a dos kilómetros… en subida.
– ¿Estará abierto a esta hora, señor?
– Sí, señores. ¡Lo atiende mi señora!
Después de unas cuantas vueltas de pedal alcanzamos a divisar el edén: una entrada de piedras al costado de la ruta, una casa de maderas gastadas, tres árboles enanos de varias ramas y la sagrada sombra. También hay gallinas, perros, una cancha de bochas y un pool.
Me acerco a la ventana del almacén y me saluda una mujer rubia de ojos claros. Le pregunto si podemos usar su sombra y me llevo una gaseosa de limón. También me da hielo del tamaño de dos ladrillos pensando que la bebida del día iba a ser tereré (o la clásica bebida del Noreste argentino a base de yerba mate, jugo y muchísimo hielo).
Mientras tanto, ellos juegan. Son cuatro y no se percataron de mi presencia. Leo el puntaje anotado en un papel: van seis a dos en un “pul” eterno que empezó a las 11:30 de la mañana en esta casa-bar-almacén del pueblo Cabure-í. Las reglas son diferentes a las nuestras como lo es su lengua: si fuese por ellos conversarían en portugués todo el día, todos los días. Hablan en español solo con nosotros y es que nosotros les hacemos recordar que están en Argentina y no en Brasil. Sus rasgos son como sus orígenes: al ser descendientes de europeos son flacos, altos, rubios y de ojos verdes y celestes.
Dormimos una siesta bajo la sombra pero nos es inevitable escuchar sus discusiones sobre puntos a favor y en contra al ritmo de un forró con sabor a apuesta: la pareja perdedora debe pagar la suma de todo lo tomado, comido y jugado.
A las cinco de la tarde empieza la ronda de cervezas. Y a las siete, suman seis. Y a las doce, dieciocho.
La cuenta cierra en 520 pesos argentinos.
Fin del juego.
Osmar (padre) y Ricardo (hijo) fueron los fervientes ganadores del juego
A la mañana siguiente logramos salir a las 8 de la mañana
Y seguimos pedaleando por la Ruta 101
Y seguimos subiendo y subiendo y subiendo
Y pasamos por un ecoducto
Y jugamos a las bochas en un bar mientras almorzamos avena con leche condensada (?)
Y me siento una cicloturista en el lejano oeste
Y parece que por estos pagos Dios está a 1000 mil metros
¿San Antonio o Santo Antonio? De un lado Argentina, del otro Brasil. En el medio, mixturas.
Son las seis de la tarde y es hora de buscar un lugar donde descansar. Andrés llega a la entrada del pueblo y me espera porque yo estoy mucho más atrás. Un hombre le silba con fuerza mientras sostiene una botella de cerveza con su otra mano.
Cruzamos y saludamos a un brasileño nacido en Santo Antonio, un argentino nacido en San Antonio y una mujer nacida en Argentina pero de padres brasileños.
El brasileño no habla ni una décima de español pero viste con orgullo una camiseta de Argentina. El argentino nos hace acordar a la Hiena Barrios. Los dos conversan con euforia y la mujer escucha, habla poco y abraza, abraza fuerte al brasileño. Ni bien nos sentamos en la mesa las cervezas empiezan a correr y ninguno deja que nuestros vasos se vacíen. Claudio, Carlos y Daniela se conocieron en este bar como nos conocieron a nosotros, entre copos de cerveija (o vasos de cerveza en portugués).
“Somos todos irmãos aquí”, nos dice Claudio. Y su frase hace honor al nombre del bar donde nos encontramos: “5 hermano”. Adentro hay un pool como en todos los bares de frontera. Esa es la excusa, el punto de encuentro para conversar sobre desencuentros amorosos y sobre las oportunidades que Dios le dio a unos y no a otros. Hablamos gritando: nuestras voces no se oyen por el reggaeton que resuena en los parlantes.
Se acerca Jorge, el dueño del bar, y entre cerveza y cerveza nos convida un mate cuyo porongo es tan grande como un florero. Él, con 23 años, dejó de trabajar en un aserradero y abrió su propio comedor hace menos de tres semanas porque no soportaba ni la explotación ni la falta de empatía de sus jefes.
Después de una hora de charla le preguntamos si podemos dormir en el terreno que hay detrás del comedor. “Claro que sí, ¡esto no pasa todos los días!”.
Nuestros nuevos amigos se despiden cuando ven el reloj: son casi las siete de la tarde y faltan minutos para que se cierre el paso en el cruce fronterizo.
Jorge no entendía nuestra cámara y sacó la foto un poquito torcida
Jorge y sus mates calentitos antes de que salgamos a la ruta
Postales misioneras con lapachos florecidos
Acá estamos en Irigoyen: una ciudad de frontera cuya “laguna” delimita Argentina con Brasil
En este punto del mapa la Ruta 14 sube y baja las serranías misioneras con tramos de asfalto, ripio y tosca. El sol arde otro día más y sentenciamos: “cuando lleguemos a Cruce Caballero nos vamos a refrescar con una cerveza” (sí, lo de la cerveza se está haciendo costumbre).
Subimos una lomada y el pueblo de pocas manzanas nos remite a los pueblos-domingo: casi que no hay autos ni personas ni ruidos, pero sí un almacén abierto.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=W9YGJ00Se-A
Dos hombres, uno de piel negra vestido como gaucho y otro de tez blanca como cowboy se bajan de una moto amarilla, nos dan un apretón de manos y se sientan en la misma (y única) mesa que nosotros. El calor del ambiente tiene sed de charla.
Se piden una cerveza, nos convidan. Empieza una conversación de idas y vueltas sin mucho sentido: hablamos de viajes, de rutas brasileñas, del mar, del Matto Grosso, de su vida como camioneros, de nuestra futura visita em sua casa. Tomamos tres cervezas en 40 minutos. Nos reímos, se ríen. El que fala em Português habla gritando y al que habla en español hay que leerle los labios porque no se le entiende ni una sola palabra.
Me piden permiso para subirse a mi bicicleta y dan una vuelta. Se ríen y despiden diciendo: “somos Jorge Fernández y Bernardo Rodríguez. Gracias por su atención, acá nadie presta atención”.
A los pocos minutos llega al mismo almacén una pareja. Vienen a comprar tortas caseras pero la señora que las cocinaba falleció hace tres semanas. La mujer, vestida con pantalón y remera roja, empieza a conversar con nosotros sobre las desdichas que vivió en su vieja casa en la ciudad de Buenos Aires: asalto, borrón y cuenta nueva en un terreno que consiguieron en San Pedro a muy pocos kilómetros de Cruce Caballero.
Nos cuentan que ellos, “los de afuera”, son considerados “raros” por “los de adentro” y que si entre vecinos hay problemas se resuelven a machetazos. Claudia, además de modista, canta ópera. Y sus ojos están sumergidos en nostalgia: en un pueblo tan pero tan chico no hay oídos para su voz.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=RcfSZSPNYuE
Las fronteras no son más que líneas en un mapa político: son territorios en tránsito delimitados por puestos de aduanas. En Misiones esas fronteras se desdibujan: Misiones es Argentina pero también Paraguay pero también Brasil.
Las fronteras fueron impuestas y los hombres las cruzan como veredas. Y ellos se entremezclan, como todas estas historias entre copos de cerveija.
Pingback: Guía para viajar por Misiones en bicicleta | La Vida de Viaje
Ramiro
Hola aplaudo este blog. La cerveza es como una ofrenda de paz entre pueblos, es riquísima y tiene mucha onda. Punto! buen viaje en bicicleta! y admiró como resolvieron el tema del calor y humedad. Saludos
La Vida de Viaje
jaja gracias Ramiro! La cerveza no puede faltar, une y hermana 😉 Abrazos!
Nati Bainotti
Me encantó todo, pero me quedé con lo de “ese árbol amarrillo es un lapacho”. Nunca habías visto un lapacho? Te morís si venís a Rafaela, está rosada por la cantidad de lapachos -rosas- que hay florecidos estas semanas =)
La Vida de Viaje
Nunca había visto uno! Me encantaron! jajaj Quiero ir a Rafaela entonces!
Pablo Perez
Muchas gracias por compartir tu experiencia en viajar en bicicleta. Soy de Espana y tengo mucho interes en viajar en bicileta. Yo me hago este en playas de valencia y en Himachal Pradesh durante mi viaje a la india y Nepal.
La Vida de Viaje
Wow, Pablo! Qué ganas de viajar en bici por allá. Nuestra próxima travesía será por Asia y Europa, así que nos mantenemos en contacto (a ver si nos conocemos!). Abrazos para vos!
Estela y Edgardo
Ansiosos esperando los comentarios y cuando llegan, los devoramos. Excelentes. Buenísimas las fotos. Buen viaje ! y que siga la buena vida ! Los queremos !!!
La Vida de Viaje
Nosotros también! Abrazos amigos!
sergio rios
ja ja , es increible sus vivencias no dejan de asombrarme nunca, los quieroooooooo !!!!!!
La Vida de Viaje
jajaja nuestro viaje es una caja de sorpresas!
charly
Me encanta que puedan seguir recorriendo Argentina por ahora, el mundo después. Que lo sigan disfrutando chicos. Mucha suerte!! Dios los siga acompañando. Saludos desde Baradero.
La Vida de Viaje
Muchísimas gracias, Charly! Por ahora Argentina, después vendrá el turno de Asia y Europa 🙂 Saludos!
nadia
Chicos este post se lleva todos los premios y todas las risas. Jime excelente tus descripciones!!!! Buenas rutas!! Felicitaciones!
La Vida de Viaje
Muchísimas gracias, Nadia!
Juan Pedro Lopez
Maravilloso todo el relato muchachos de su experiencia en bicicleta,lo que más me gustó es la unión que hay en las fronteras,los paises se entremezclan,uno se rie con los relatos de ustedes y las ocurrencias a lo largo del viaje.Soy de Montevideo,Uruguay y tengo 52 años,hago bicicleta cuatro veces a la semana y tengo preparando un viaje desde Montevideo hasta Santa Vitória do Palmar Brasil, en Noviembre,no es muy largo pero será el comienzo.Me han incentivado mucho y les sigo en su blog,Les mando un abrazo y sigan deleitandonos con las imagenes,videos y relatos.!!!
La Vida de Viaje
Muchas gracias, Juan Pedro! Siempre decimos que no importa si el viaje es más o menos largo en cuanto a kilómetros, lo que vale son las experiencias vividas. Cuando uno hace un viaje largo esas experiencias (que también se viven en un viaje corto) se van repitiendo con más frecuencia, pero las sensaciones y emociones son las mismas. Contanos después cómo fue esa aventura. Un abrazo!
Alcibiades kalambas Bernal
De nuevo les felicito y doy un abrazo por tan bonita experiencia… y admiro muchísimo, la fotografía realizada. La narración fotográfica es muy buena. sigamos la vida.
Daniel
El camino es la vida o la vida es el camino… no sé bien como será, pero la vida pasa en el camino… encuentros, desencuentros, miedos, felicidad… todo lo tiene el camino…! ¿o la vida?
Saludos chicos!!
La Vida de Viaje
La vida es el camino. Recién nos dijeron: “los momentos que se viven no dejan de ser segundos de vida”. Todo lo que vivimos es ahora, ni antes ni después. Abrazos muchos!
MARITA
Que increible chicos este tramo del camino, entre tigres, calor, cervezas y gente rara. los admiro.Un beso y ha seguir conociendo lugres, gente…….
EUGENIO
MARITA , CON TODO RESPETO . GENTE RARA NO, GENTE CENSILLA SI Y MUY RESPETUOSA