Nahuel Huapi (1): la fuerza de lo natural
“El error consistió en creer que la tierra era nuestra cuando la verdad es que nosotros somos de la tierra”. Nicanor Parra.
Son las 3 de la madrugada. No sé por qué, pero me despierto. Quizás por los sueños monotemáticos y recurrentes que tengo durante los días previos a la salida: yo remando en un lago planchado, yo remando en un lago agitado, yo surfeando olas de 5 metros arriba de un kayak. Pero ese día me doy cuenta de que no soy la única que tiene grabado en el inconsciente las pocas horas que faltan para empezar la travesía. No. Lo primero que escucho una vez abiertos los ojos es la voz de Andrés que soñando me pregunta: ¿cómo está el lago? No le respondo, lo miro, me río y le susurro shhh, tranquilo.
El calendario tenía fecha de partida: 18 de marzo. Pero ese día la Patagonia amaneció ventosa, fría y lluviosa. Y ese día, Prefectura nos llama a las 8 de la mañana avisando que el puerto está cerrado. Menos mal que las cosas salieron así y no de otra manera: además de que el clima no era el mejor, la noche anterior nos habíamos acostado súper tarde, estábamos cansados por las idas y vueltas de los preparativos, nos habíamos estresado porque la radio VHF no funcionaba… en fin. Necesitábamos un día de nada. Y ese 18 de marzo cantamos pido: en lugar de remar, dormimos como morsas.
A la mañana siguiente no hay excusas: un sol que raja la tierra, calor de verano y una brisa de viento. El día ideal para salir a remar. El Nahuel nos espera como pocas veces se lo ve: pacífico, quieto, como la pileta del jardín de mi casa. Mientras una amiga nos lleva con los kayaks, las bolsas secas, los remos y todo el equipo en su Fiat 147, la emoción de estar a punto de empezar nos pone la piel de gallina.
El km 0 es en Bahía López. Ahí nos esperan tres Prefectos que con una carpeta y un ckecklist en mano, revisan con lupa que todo el equipo esté en condiciones. Después de media hora de ordenar y poner todo en su lugar, saludamos a nuestra amiga, nos despedimos de los Prefectos (y ellos se despiden de nosotros sacándonos una foto mientras entramos en el agua) y partimos.
Al fin nos vemos la cara. Después de las primeras remadas, freno, apoyo el remo sobre el cubre copickt, pongo mis manos sobre el agua y cierro los ojos: “solo necesitamos 17 días de vos en paz”. Y Andrés me dice: “bueno Sánchez, a Bariloche vinimos para esto”. Y le respondo con una sonrisa y ojos de adrenalina. Y pienso que más allá de la aventura, este es un viaje de purificación. Por eso el agua, hoy y ahora.
El Nahuel Huapi es un lago de origen glaciar compartido entre las provincias de Río Negro y Neuquén y vive dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi, el primer Parque Nacional de Argentina. Es el cuarto lago más grande de nuestro país y tiene siete brazos o ramificaciones: Campanario, Huemul, Última Esperanza, Rincón, Machete, Blest y Tristeza. La vuelta completa, incluyendo brazos e islas, suma aproximadamente 400 km.
En el siglo XVI toda esta zona estuvo poblada por pueblos llamados ténesh o poyas, habitantes milenarios del Nahuel Huapi también conocidos como “vuriloches” que en idioma mapuche significa gente del otro lado de la montaña. Al lago llegaron militares españoles, misioneros jesuitas de Chile y la figura más emblemática de la Patagonia argentina, el perito Francisco Pascasio Moreno, que remontando el río Limay arribó a la costa este del lago. Él fue quien donó las tierras para que tiempo después se creara el Parque Nacional.
No sabemos cuántos le habrán dado la vuelta completa. Quizás muchos o quizás menos de los que imaginamos. Pero poder sentirnos al menos por un ratito en la piel de aquellos primeros exploradores que vaya uno a saber qué pensaron cuando se encontraron con tan titánico lago, es como convertirnos en los protagonistas de una película fantástica y épica a la vez. Porque más allá del tiempo y del espacio, el agua sigue siendo la misma. Y el escenario, también.
Empezar la travesía en Bahía López tiene un lado b: sí o sí debíamos salir con poco viento. Es que a la izquierda están los brazos Tristeza y Blest, los más largos y complejos del Nahuel Huapi. Y sumado a que saliendo de la bahía, el lago empieza a abrirse hacia la derecha, hacer estos primeros kilómetros con el lago picado hubiese sido una odisea peligrosa para dos principiantes kayakistas. En su lugar, navegar este tramo con 0,0 km/h de viento es una bendición tan azarosa como improbable.
Además del desafío de salir de la bahía, se suma el de cruzar “La Tabla”, unos paredones altísimos que con viento se convierten en la zona más peligrosa y expuesta a las olas del Nahuel. Pero el día de la salida es el día de yapa. Dejando atrás la península Llao Llao, y con esas paredes de piedra tan imponentes, nos sentimos como en la película “Querida, encogí a los niños”: diminutos, frágiles y vulnerables.
La inmensidad y nosotros.
Y nada más.
Ni nadie más.
Al mediodía, y después de dos horas de remar, paramos a almorzar en la península San Pedro. Estacionamos los kayaks entre unas rocas, sacamos una de las cuatro bolsas de 1 kilo de frutos secos que cargamos y maldecimos a quien las preparó: hay un exceso de pasas de uva. Tomamos un puñado y de 10 frutos secos, 7 son pasas. No tenemos nada en contra de las pasas, pero presentimos que a la semana ya las vamos a odiar.
Las horas pasan y avanzamos en piloto automático. Entramos en el brazo Campanario y la luz de la hora dorada vuelve este instante surreal: el agua está tan baja que vemos los mil y un colores del fondo, la luna se asoma llena y de una de las casas que está sobre la costa empieza a sonar una ópera de Pavarotti a los cuatro vientos. Frenamos en una playa y así como quien se bautiza, nos damos nuestro primer chapuzón en estas aguas mágicas del Nahuel. A las 8 de la noche y con los últimos rayos del sol, llegamos a playa Bonita, nuestra parada del día. Habemus remado 40 km. Nuestros primeros 40 km en el Nahuel Huapi.
Salimos de playa Bonita con una leve brisa del este. El reloj marca las 11 de la mañana y la proa del kayak apunta hacia la isla Huemul en una diagonal de casi 3 km. En este lugar se dieron los primeros pasos en la investigación de la energía nuclear en Argentina. Hoy es solo un área protegida de 75 ha. Su nombre viene dado del apellido de un antiguo poblador, Bernardino Guenul, y que por alguna cuestión que desconocemos (quizás por una deformación fonética o por referencia a una especie de ciervo nativa) se transformó en Huemul.
Muy cerca de la isla vemos la proa de un barco semihundido. Le damos la vuelta y la claridad del lago nos permite ver parte de la quilla, la cubierta y su popa clavada en la arena. La historia nos sumerge en sus profundidades: de 1948 a 1965 era una lancha torpedera de la Armada Argentina, que luego fue vendida y convertida en una lancha de paseo turístico. “Don Luis” prestó servicio en la ciudad de Mar del Plata, pero después fue vendida y trasladada a Bariloche donde fue utilizada como lancha de paseo en el Nahuel Huapi, uniendo puerto San Carlos-isla Huemul entre los años 70 y principios de los 90.
En julio del 93 una fuerte crecida del lago dañó las instalaciones del puerto San Carlos y provocó el hundimiento de “Don Luis”. Una vez reflotado fue trasladado a la isla Huemul, pero quedó abandonado y varado en la costa durante años. Nuevas crecidas hicieron que se hundiera muy cerca del muelle en aguas poco profundas. Hoy solo se asoma su proa, sin mucha más suerte que esa.
Al lado de Huemul hay dos islas mucho más pequeñas llamadas, informalmente, Gallinas y Huevo. Le damos una vuelta a las tres y sin intenciones de hacerlo, empezamos a entrenar la mirada.
A diferencia de las demás islas, los paredones de piedra de Gallinas esconden multiplicidad de formas. Lejos de ser uniformes y prolijos como otras paredes, se agrietan, sobresalen, se hunden y se quiebran exageradamente. Las islas están alfombradas de piedras anchas y redondas de colores verde, naranja, marrón, gris y violeta. Cualquier amante del fen shui se volvería loco y querría cargarlas en su bote para decorar sus ambientes zen. Es que este sitio, así como está, es zen y mágico a la vez.
Frenamos, acomodamos los kayaks en la orilla y sacamos de uno de los tambuchos el termo, la pava y la cocinita para calentar agua para unos mates. Mientras cortamos un poco de membrillo para acompañarlo con unas galletitas de agua, Andrés me dice: “todo lo que hacemos lo hacemos por y para esto”. Y me quedo pensando en su reflexión mientras observo esos botes de plástico que con sus remos nos permitieron llegar hasta acá.
Sí. Lo que hacemos (viajar, sin importar el medio que elijamos para hacerlo) es para sentir el éxtasis que nos regala todo esto que nos rodea. Y aunque quizás para muchos ese todo sea nada, es esa nada la que nos completa.
Estamos:
en el medio de un lago
sentados en la piedra de una isla
escuchando el sonido del agua
tomando unos mates
un lunes a las 12 del mediodía
Nos subimos otra vez a los kayaks y vemos que lo profundo empieza y termina infinidad de veces siguiendo la intermitencia de un fondo que a simple vista parece que no termina nunca. De turquesa se convierte en azul océano, y a pesar de ese abismo sin transición, nosotros seguimos flotando gracias a estas superficies amarillas y rojas que nos contienen.
Empiezo a traducir esos mensajes que la naturaleza tiene para nosotros. Me alejo de la isla unos pocos metros y veo que la piedra que se asoma es igual a la piedra sumergida. “Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba” dice la ley de la correspondencia. Y respiro el mundo enfrente mío.
Sigo observando: “en la naturaleza hasta la muerte es bella”. Los árboles verdes que crecen en la tierra son tan espectaculares como los árboles color ceniza que aún caídos sirven de hábitat para reptiles, aves y roedores. En este lugar, como en todos los lugares del mapa donde la naturaleza habita, conviven la vida y la muerte.
El inicio y el fin.
El infinito y lo finito.
Lo intraterreno que no vemos y el planeta como lo conocemos.
De las islas nos vamos hacia el centro cívico de Bariloche y lo recorremos como pocos: desde el agua. La parada del día es en Dina Huapi, una localidad a 15 km al este de la ciudad. Un lugar que está entre la estepa y el lago.
El Parque Nacional Nahuel Huapi tiene tres ambientes bien diferenciados: el altoandino, el bosque y la estepa. El altoandino está a los 1600 metros de altura, es frío y húmedo, su relieve es escarpado y predominan lagunas, lagos de altura y mallines. El bosque se divide en húmedo y de transición (el que recorremos al navegar el lago). Y el último, la estepa, con un clima semiárido y arbustos enanos, son el escenario donde las miradas se posan en el vacío, el vacío preferido de los guanacos patagónicos.
Es raro ver cómo el bosque empieza a perder colores de oeste a este. Teniendo la cordillera tan cerca, y como si estuviésemos en una clase de geografía, nos es inevitable recordar la lección sobre el ciclo del agua. Se evapora, condensa, precipita, se absorve y el círculo vuelve a empezar cientos de millones de veces. Y toda esa agua queda del lado del bosque. La estepa, con sus colores pasteles y ocres, sigue viva a su manera.
A las 8 de la mañana el lago estaba turquesa y el viento era solo una brisa. A las 11 de la mañana el lago está azul plomo y las ráfagas que se están empezando a levantar nos dan un poquito de taquicardia. Caminamos de un extremo de la costa al otro mientras los kayaks esperan que tomemos alguna decisión. Estamos seguros de que si no fuesen seres inanimados nos estarían suplicando que dejemos de cambiar de opinión cada vez que nuestra mirada se clava en el oeste.
— ¿Qué hacemos Sánchez? ¿Vamos o no vamos?
— Y no sé, ¿a vos qué te parece?
— Y… ¿es el tercer día y ya vamos a arrugar?
— Pero no se trata de arrugar… vos tenés más experiencia, ¿cómo la ves?
— Si metemos una recta hacia la mitad del lago y después bordeamos la costa, cortando la ola, vamos a llegar bien. Según Windguru no va a soplar más viento que este. ¿Qué pensás?
— Y… está picado. Pero dale, salgamos ya antes de que se ponga peor.
Dejamos la seguridad de la tierra, nos ajustamos los chalecos salvavidas y arrastramos los botes al agua sin darnos tiempo a respirar. Es que en situaciones así, donde la ola rompe tan fuerte sobre la costa, el subirse al kayak se vuelve una prueba de equilibrio y velocidad: una ola puede desestabilizarte, puede entrar agua adentro del cockipt, y lo peor de todo, puede darte vuelta.
Una vez flotando, siento que el viento va a arrasar con mi remo. Y lo que hasta hace dos días era un placer, hoy se vuelve una batalla. Este es el verdadero Nahuel: el que te hace sentir el corazón en la boca.
— ¡Vení más cerca mío!
— ¿Qué? ¡No te escucho!
— ¡¡Que vengas más cerca mío!!
— ¡Esto no me gusta nada!
— ¡Dale, metele todo el huevo que puedas!
Las olas avanzan a paso firme una detrás de la otra, sin piedad. Las olas son de un metro y medio. O dos metros. O no sé cuántos metros, pero son grandes y altas. Con cada ola la proa del kayak se me va hacia la derecha y tengo que meter timón con el remo para poder enderezarlo. La costa de enfrente se ve tan diminuta y lejana que en lugar de sentir las manos mojadas por el agua las siento húmedas pero por los nervios. Se me vienen a la mente los consejos de nuestros entrenadores y sus palabras me autoflagelan: ¡siempre cerca de la costa! ¡Nunca vayan por el medio del lago!
Estoy a punto de abortar la misión. Pienso lo peor. Pero si pienso en lo peor hay más probabilidades de que me de vuelta. Y si me doy vuelta, ¿cómo hago para llegar a la costa? En estas condiciones Andrés no me va a poder ayudar con el autorescate. Y si se da vuelta él, ¿voy a poder ayudarlo? Estoy bloqueada.
¡NO TE BLOQUEÉS! ¡REMÁ, CARAJO!
— ¡Vamos a meter un rectón hasta la costa de enfrente, no queda otra!
— ¿Qué? ¡Estamos remando en el medio del lago, Andrés!
— ¡Pero mirá cómo pegan las olas allá! ¡Vamos, vamos que podemos!
— ¡Yo no vine a esto!
— ¡Yo tampoco! ¡Pero vamos, dale! ¡No aflojes, por favor!
En voz baja le suplico a este Nahuel enceguecido que tenga piedad de nosotros, que nos deje llegar a la costa. Andrés me sigue dando indicaciones a los gritos sobre cómo agarrar la ola y me cuestiono por qué salimos si no estábamos seguros, si veíamos que las olas cada vez eran más y más grandes.
Confío. Confío en que vamos a poder. Avanzamos hacia la costa pero la costa parece que se aleja. Avanzamos como caracoles. Me olvido de la técnica, dejo de remar con la espalda y toda la fuerza la hago con los brazos. Pero en un momento mi percepción hace click. Pará, lo estamos haciendo bien. Estamos controlando la situación, estamos tomando las decisiones correctas. Sin embargo no veo la hora de bajarme del bote y decirle a Andrés que esta va a ser la primera y última vez que salgamos así.
Después de una hora para hacer solo 6 km, llegamos a la costa. Dejo el bote como puedo, me bajo, respiro y noto que mis manos siguen temblando de miedo. Ya está, ya pasó. No sé de dónde sacamos tanto aguante pero lo que sí sé es que este día se termina acá.
Basta para mí.
Basta para todos.
Al día siguiente el lago está más tranquilo. O quizás no está tan tranquilo como los dos primeros días, pero si ayer era una especie salvaje, hoy es un animalito del zoológico: nos deja mantener la proa derecha y conversar sin gritarnos.
Nos alejamos de la estepa y nos vamos metiendo otra vez en el bosque. Observamos las copas de los árboles, sus colores y contrastes. Observamos la vida que hay en la tierra. Algunos verdes son tan intensos que no podemos quitarles la vista. Vemos bahías puntiagudas, otras rodeadas de paredones altos, están las redondeadas y las que tienen piedras que sobresalen del fondo y que las olas tapan.
Hoy, además del bosque, quedamos obnubilados por los detalles en movimiento, por las gotas que rebotan sobre las piedras en slow motion. Esas gotas que quedan huérfanas de su madre-ola. Que quedan flotando, pero en el aire. Y también vemos al pato de los torrentes, que estira sus alas de pluma para cazar insectos, alimentarse y seguir. Y cuando volvemos a posar los ojos en el bosque, me doy cuenta de algo: la naturaleza está llena de imperfecciones. Troncos pelados y caídos, árboles tupidos y flacos, picos de montañas áridos y pedregosos, laderas vacías y playas que hacen doler los pies con sus piedras irregulares.
En la mente radica nuestra construcción ideal y errónea de lo perfecto. Porque lo que el hombre cataloga como “perfecto”, simplemente no existe en ningún orden de la vida. Y es por eso que me llama la atención el bosque: porque hoy logró contradecirme y reformular una premisa que creía exacta y cierta: la naturaleza es perfecta. No. La naturaleza es perfecta en su imperfección.
La ciudad de Bariloche se convierte en un punto lejano y el cerro Tronador se lleva todos los halagos. Hace miles de años, gran parte del territorio del Parque Nacional Nahuel Huapi estuvo cubierto de glaciares, pero los cambios climáticos dieron pie a que esos hielos empiecen a derretirse. Así se formaron valles, lagos y ríos. Hoy esos glaciares milenarios solo están en la cumbre del Tronador. Tiene 3478 metros y es el pico más alto dentro del Parque.
El Tronador es esa montaña alta y nevada del fondo
Los planes del día cambian al ver el pronóstico de viento de los próximos tres días: en lugar de seguir hacia el brazo Huemul, decidimos cruzar hacia la isla Victoria para descansar y conocer la isla a pie. Desde donde estamos son 5 km en línea recta y a lago abierto, pero está tan tranquilo que no corremos ningún riesgo.
Mis intenciones de llegar remando sola se agotan. Andrés me mira, asiento sin decir una palabra y engancha el remolcador en la proa de mi kayak para darme una mano. No es que ahora deje de remar y sienta que estoy en una góndola de Venecia, pero al menos llego sin hacer tanto esfuerzo.
A las 6 de la tarde arribamos a la mágica playa Piedras Blancas. Pero eso lo dejamos para el próximo capítulo.
Pablo
Me olvide de contar que tuve el privilegio de viajar muchas veces en el barco Don Luis y que me duele mucho su final en la isla huemul y que hace muchos años conoci Puerto Piedras Blanca gracias al abuelo de una compañera de La escuela secundaria llamada Andrea .:Este hombre El Capitan Galiani , ya falllecido , nos llevo en su barco a ese lugar paradisiaco ,, con esa arena blanca y esapeidra tan mejestuosa que le da ese nombre al lugar .
La Vida de Viaje
Gracias por la buena onda y por compartirnos tu experiencia Pablo! 🙂 Un abrazo enorme!
pablo
hola SAoy Pablo de Bariloche . uds estan cumpliendo un sueño que yo quiero hacer hace muchos años y hasta ahora no he podido . Que maravillosas fotos y que bien contado esta todo . ahora me voy a ver los otros dos capitulos de su aventura atrapante Abrazo
NORBERTO
Amigos: los felicito porque es tan lindo lo que hacen. Amen de lo deportivo que es sensacional, tan positivo es mostrar las bellezas que tiene Argentina.-Abrazos y siempre adelante!.-
La Vida de Viaje
Siempre adelante 🙂 Gracias Norberto!
ramiro
hermoso relato y hermosas fotos los felizito por darnos a conocer todos estos plaseres gracias .
Alvaro
Hermoso viaje.Gracias por la generosidad de siempre por compartirlo
virata
Enhorabuena sois increíbles, desde el otro lado del océano sueño con vuestros relatos. Igual algún día tengo la posibilidad de seguir vuestros pasos, animo y no cambiéis nunca, gente como vosotros hace falta en este mundo. Saludos, os pondré entre mis blogs de cabezéra 😉
La Vida de Viaje
Hola Virata! Muchísimas gracias! 🙂 Abrazos desde Argentina!
OSCAR
hola gente linda. Hace tiempo q sigo sus viajes. Son muy hermosos…buenos relatos y magnificas fotos. Mi pregunta es la siguiente, como solventan ustedes los viajes. Porque yo me hice de una bicicleta, equipo y estoy entrenando y quiero comenzar con alguna aventura. Los saludos y admiro, un fuerte abrazo
La Vida de Viaje
Hola Oscar! Muchas gracias! Nosotros hicimos del viajar un estilo de vida y trabajo. Escribimos para diferentes medios de comunicación, vendemos nuestros libros y postales (https://lavidadeviaje.com/tienda/) y uno de nuestros sponsors apoya el viaje económicamente. En este post damos algunas ideas sobre cómo financiar viajes largos: https://lavidadeviaje.com/5-consejos-para-financiar-un-viaje-largo/ Espero que te sea útil 🙂
Walter
Espectacular relato Gime… y no menos espectacular aventura… sobre todo el cruce por la punta este del lago.. Me imagino, creo que una décima parte de todo lo que sentiste cuando te entraron las dudas mientras remabas entre olas de 2 metros. El Nahuel Huapi es asi cuando se levanta viento. Muy buenas imágenes. Que lindo nuestro país. La pucha…. Les mando un abrazo… yEstaré en Buenos Aires hasta fines de este mes de Junio. Estaría bueno verlos y charlar un rato. Besos y abrazos.
Walter Moreno Black (de Ushuaia)
La Vida de Viaje
Hola Walter! Muchas gracias! Y las olas no solo las vivimos ahí jeje ya vas a leer los próximos relatos y cómo siguió la aventura. Nosotros estamos ahora en Villa La Angostura, por Buenos Aires estaremos en agosto. Ojalá nos crucemos en algún momento. Un abrazo grande!
Gustavo De Luca
Hola chicos…gracias por contestar. Me siento medio raro “hablando” por aquí…pero el relato es excelente. Sentí lo mismo cuando le entras a la ola de frente y corregís la deriva como podes, con el timón, con apoyo hasta con la lengua…. Veo que Prefectura te pide TODO….me faltaría un MSR que siempre fue caro y las ganas de perderme en alguna aventura así no se pierde nunca. Jimena y Andrés un abrazo y hasta el próximo blog o algo así. Saludos !!!!
La Vida de Viaje
Muchísimas gracias, Gustavo! Qué nervios la ola jaja (ahora nos reímos y es una anécdota, pero mamma mía!) Prefectura te pide todo, sí. Ya vamos a contar en un post otra alternativa “casera” de MSR. Abrazo grande!
Elena Kazanteva
Ufff.. Jime sufri con vos en las olas))))) que agallas!!!y que buen compañero que tenes!!!!bravo Andrés!!! Mentalmente viaje en el kayak con ustedes y senti todo que disfrutaban ustedes (ya que conozco bastante por ahi))) sigo esperando el proximo capitulo….
La Vida de Viaje
jajaja si, fue tremendo! La próxima semana se viene un nuevo capítulo 🙂 Un fuerte abrazo Elena!