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PD de la Carretera Austral

Posdata de la Carretera Austral

Todos los viajes tienen un posdata, o ese “algo” al que volvemos cada tanto a pesar de que ya se hayan terminado. Me gusta ver los viajes como finales abiertos: por más nuevos viajes que hagamos, los “viejos” viajes nunca terminan, están vivos en conversaciones, en recuerdos, en fotos, en cuadernos, en el aire. Por más que el tiempo pase los viajes no mueren, están ahí sobrevolando el espacio para que volvamos a ellos diez, cien y mil veces.

Nuestro posdata de la Carretera Austral tiene forma de cordillera. El viaje que empezó en el kilómetro 1247 y llegó hasta el 0, en realidad terminó mucho después. En este fotorrelato les compartimos 49 momentos que están a punto de renacer, hoy y ahora, por más relojes y calendarios que hayan pasado en el medio.


Si todavía no leíste los relatos sobre la Carretera Austral o te quedó pendiente alguno, hacé click acá.


Salir de Puerto Montt fue un caos. Como en toda ciudad grande, las salidas son ruidosas, laberínticas y abatatadas de autos y camiones y motos y micros. Nuestro estrés fue tanto que decidimos que éste iba a ser nuestro último viaje en bici entrando o saliendo de una ciudad: no tiene sentido, no nos gusta, no la pasamos bien. El panorama se acomoda cuando llegamos a Puerto Varas y empieza la bicisenda. Nos olvidamos del kilombo cuando arrancan las bajadas tobogán.

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Vemos una playita de piedras y ahí nos quedamos. A metros está el lago, una casa y un cartel que dice “Prohibido entrar”. Mientras tomamos unos mates, escuchamos que un auto frena. Son tres carabineros. Nos preguntan cómo estamos, qué pensamos hacer en ese lugar, y cuando terminamos de responder sus preguntas de rigor, activan el modo paparazzi: y por cuánto tiempo están viajando, cómo se financian, por dónde anduvieron, que qué linda playa, que cuál es su blog, que qué ricos mates, que gracias, que hasta luego. Del norte viene tormenta y parece que se viene el fin del mundo.

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Pedaleamos 33 kilómetros y llegamos a Petrohué, un puerto que está dentro del Parque Nacional Vicente Pérez Rosales. Se acerca un señor con canas y camisa a cuadros y nos cuenta que tiene un camping, que él nos puede cruzar en gomón hacia la costa de enfrente y que nos hace precio. Nos tienta su propuesta y le decimos que sí. No nos queda otra que pasar la noche ahí porque al otro día sale el barco de Turisur que nos va a llevar a Peulla bien temprano. Del otro lado sabemos que tendríamos tremenda vista del volcán Osorno si no fuese por una nube que está estacionada en la cumbre. No hay chance: no la vemos ni la vamos a ver.

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Navegamos el lago Todos Los Santos y llueve, llueve a cántaros. Deberíamos poder ver cinco volcanes y no vemos ninguno. Lo más cómico es que es el segundo año consecutivo que hacemos este cruce y las dos veces se llovió todo. En lugar de imaginar/renegar/putear/ponernos de mal humor, nos entretenemos con las cascadas y el bosque que también tienen lo suyo.

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Y pasaban las horas y las nubes estaban cada vez más cerca

Si hay algo que nos gusta de esta vida de viaje que elegimos son los contrastes. El frío de la noche nos enseñó a valorar un rayito de sol, el fuego de una cocina económica y hasta la ducha de agua caliente de un hotel 5 estrellas. Estar días a la intemperie nos enseñó a disfrutar de una casa y de un refugio de colectivos por igual. Pasar de la carpa a una habitación como ésta de la noche a la mañana y vivirlo con la misma intensidad, nos hace pensar qué importante es animarnos a lo desconocido, porque cuando volvemos a lo conocido ya no somos los mismos: la experiencia cambió nuestra forma de ver y estar en el mundo. Viajar no es solo conocer lugares y paisajes, no, es muchísimo más que eso. Es abrirnos a lo nuevo, al juego, a la sorpresa. Y ese regalo lo llevás con vos durante toda la vida a toda a tu vida.

Y pasaban las horas y las nubes estaban cada vez más cerca

Esta suite es del Hotel Natura en Peulla. Después de tantos meses de carpa, estar un día acá no estuvo para nada mal (gracias Turisur por esta invitación de lujo). Me quería llevar esa vista a casa

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Esta suite es del Hotel Natura en Peulla. Después de tantos meses de carpa, estar un día acá no estuvo para nada mal (gracias Turisur por esta invitación de lujo). Me quería llevar esa vista a casa

En Peulla hay muchos senderos que empiezan así

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y terminan así

Él es “Chicle”, el perrito que nos guiaba por los senderos verdes de Peulla. Si nos demorábamos sacando fotos, él frenaba y nos esperaba. Si nos quedábamos charlando mirando el paisaje, él se sentaba al lado nuestro sin chistar. Chiquitito, parecido al perrito de Jim Carrey en La Máscara y con una cola feliz que se movía de un lado al otro mientras caminaba por el bosque. Sí, el perro ideal para llevarte de viaje.

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Capítulo aparte: la cama del hotel (**oh si**). Ese oasis king size que nos encantaría llevarnos a todas partes. Esa cuasi alfombra mágica que nos abriga el sueño y es lo mejor que le puede pasar a una morsa como yo. Y sí: salto de la alegría. Salto porque la cama está demasiado prolija y ordenada y quiero hacerla mía un rato. Salto porque terminó el viaje. Salto porque el bonus track es un sommier todo para nosotros y por 24 horas.

Estas son las fotos de la despedida. Nos vamos con ganas de volver

Antes de salir (y sospechando que la lluvia no nos iba a guiñar el ojo ni un poco), nos dejaron cargar las alforjas más pesadas en el único micro del día que llevaba turistas desde Peulla al puerto del lago Frías en Argentina. El objetivo: olvidarnos del peso por un rato y andar más livianos. Mientras tanto Chicle sigue corriendo al lado nuestro y está a un paso de convertirse en un perro maratonista (?)

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Llueve, y llueve en serio. Cómo puede ser que te llueva de la misma manera las dos veces y en el mismo cruce. Tengo lluvia en la cara, la lluvia me pesa. Chicle nos quiere seguir hasta el infinito y más allá hasta que ve una casa con una galería y encara para allá. Yo haría lo mismo si no estuviese arriba de una bicicleta y con el ticket de un barco en el bolsillo.

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Hasta los caballos buscan un techo

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Y sí: donde se ve la cara más linda del cerro Tronador, nosotros vemos nubes

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Sincronía

A partir de acá todo lo que subió, tiene que bajar

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En esta foto me estoy ajustando mi súper campera Gore-Tex de Marmot (sí, es un chivo) (se la RE banca)

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Pisamos Argentina y la lluvia se quedó del otro lado de la frontera. Próxima parada: puerto Frías, el segundo lago de este cruce andino

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Cada vez que veo montañas o paredones así, me acuerdo de mi papá y de Esther, mi abuela (que nunca llegué a conocer). Ella decía que las montañas eran estáticas, que no tenían vida. Que en realidad la vida estaba en el mar y en el movimiento de sus olas. Le decía a mi papá que en lugar de ir a la montaña con la mochila, que vaya al mar, que ahí sí había vida. Después de haber conocido la selva valdiviana chilena y el bosque patagónico argentino, pienso que mi abuela hablaba de lo que conocía sin saber que en esa estaticidad hay un movimiento muy sutil, hay energía, hay fuerza. Esa fuerza la sentí frente al monte Fitz Roy en El Chaltén, en la sierra de los Comechingones en Merlo en San Luis y cuando vi este paredón mientras cruzábamos el lago. Abuela, en la naturaleza hay tanta vida y tanto movimiento que a veces siento que me quedo corta de palabras. Hay vida en todo lo que veo: en cada viaje que vivo, la vida me llena.

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Una vez en tierra pedaleamos 3 kilómetros hasta el hotel Puerto Blest (el único “refugio” del Blest, el brazo más largo del lago Nahuel Huapi). Nos quedamos dos días y una noche y nos metimos en la pileta, saltamos olímpicamente en la cama, hubo cuatro postres en la cena y caminatas por el bosque.

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Este brazo tiene siete senderos escondidos y éste es uno de ellos: en el sendero de la Bahía caminás 800 metros y llegás a un Coihue abuelo

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El bosque, en otoño

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En el sendero a la Cascada de los Cántaros

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¿Puede ser todo tan fotogénico?

Hasta luego Chile, cordillera, Blest y bosque. El tercer y último barco del cruce es por el lago Nahuel Huapi. A este lago lo navegamos dos veces y lo remamos una y lo que siempre parece una despedida nunca lo es. Son esos posdatas infinitos que te marcan la piel de instantes y la voz de nostalgias. Son esos viajes que reviven en vos diez, mil y cientos de veces. Viajes, como el de la Carretera Austral, que parecen no terminar nunca.

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De este viaje nació una película: “1247: La Carretera Austral”.
Para verla hacé click acá.


☞ Este es un post patrocinado, lo que significa que realizamos el cruce andino a cambio de contarlo en el blog. Nuestras opiniones son independientes, personales y objetivas, y están basadas en nuestra experiencia real.

Somos Jime Sánchez y Andrés Calla, amantes de la aventura y la vida al aire libre. En este refugio digital compartimos nuestro estilo de vida, relatos, fotos, info útil, consejos y muchísima inspiración.

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