Instantáneas de un viaje en bici por Neuquén
1.
“¿Por qué hacen dedo si viajan en bici?”, nos pregunta el hombre de la camioneta que nos levanta en la Ruta 144 en Mendoza. Y no es la primera vez que la escuchamos: pareciera que el cicloviajero no debe, no puede y no tiene que levantar el pulgar cuando el viento en contra le agota la paciencia y las piernas, cuando se quiere escapar de una tormenta porque se siente vulnerable, cuando no tiene sentido pedalear en rutas donde el tráfico se convierte en un riesgo o cuando simplemente no tiene ganas de hacerlo. Por eso nosotros levantamos la bandera de derribar los absolutismos: el que viaja en bici está exponiendo su cuerpo y tiene total libertad de decidir cuándo seguir y cuándo decir basta. Y cuando decimos basta y nos paramos de frente a la ruta no estamos haciendo otra cosa que pedir ayuda.
Nota de viaje: de Mendoza cruzamos a Neuquén a dedo para escaparnos del mal clima. Nos levantó una camioneta y un camión. Todo un éxito. Vamos a seguir haciendo dedo todas las veces que hagan falta.
2.
Arrancamos el día con una quietud pocas veces vista en la Patagonia. Hacía calor, eran las 8 de la mañana y ya estábamos en la ruta. El objetivo: llegar hasta los refugios de la laguna Tromen. Nada nos hacía pensar que por la tarde el viento en contra nos iba hacer correr contra el reloj y que el día iba a terminar 12 horas después. Pero hasta acá todo iba a bien. Todo iba perfectamente bien.
3.
Llegamos a los refugios del Tromen casi de noche. Y es que a lo largo de todo el camino no encontramos ni un solo reparo del viento y al día siguiente iba a soplar más viento así que teníamos que llegar o llegar. Desde las 3 de la tarde no hicimos otra cosa que empujar las bicicletas y pedalear la bajada desde el punto más alto. Pero al día siguiente las nubes sobrevolando el Tromen, los flamencos en la laguna, un refugio de madera que despierta mirando al sol. Sí: al otro día el esfuerzo ya era una anécdota.
4.
Así pasamos el día a los 2237 metros de altura: en un refugio de madera con vista al volcán y a la laguna Tromen. Los viajeros que andan dando vueltas por la naturaleza saben lo valioso que es encontrar un lugar así en un camino tan expuesto como este con vientos fuertes de esos que te frenan los pasos, subidas de ripio de 42 kilómetros y ni un lugar donde armar la carpa. Entonces ahí sí: esta cabañita, en este contexto, es todo lo que necesitamos tener.
5.
La Cordillera del Viento. Un cordón montañoso de 80 kilómetros en Neuquén, Argentina. De sur a norte, en sus picos y laderas el invisible se hace escuchar. A favor, en contra y de costado. Mucho, poquito, pero nunca nada. El porqué de una de las zonas más ventosas de nuestro país.
6.
Si hay un momento del día en que todo se calma es este: la hora en la que ya no hay más movimiento. Donde no se escucha ni el susurro de las ruedas sobre el ripio ni el viento en estéreo en los oídos. Donde los pájaros se orquestan para despedir al sol. Donde la carpa se vuelve tu casa a pesar de ser de tela, bajita y monoambiente. Y mientras le mirás los ojos al mundo, el mundo te los mira a vos.
7.
No hay viento que los frene. Ni tampoco la lluvia, ni el calor de la tierra ni los ríos de montaña. Van en tropa como quien busca una cima para coronarla y sus pisadas quedan tatuadas en la memoria de la geografía que habitan. A su alrededor se escucha silencio, y en su epicentro, las voces. Y el rugir de los animales. Y el pucho en los labios del gaucho mientras le grita al rebaño. Y las mil y un pisadas que suenan como tambores. Y los perros ladrándole a los rezagados. Todos, en un acto de trashumancia, suben a la Cordillera para que los animales engorden en las pasturas altas. Llegó la veranada.
8.
No había ni una nube. El cielo anunciaba que desde Las Ovejas hasta las lagunas de Epulauquen todo iba a marchar bien. La ruta de ripio pisado era amigable. La vista también. A los 20 kilómetros y con altura ganada, apareció una nube. Y después otra y otra y otras. Y de repente nos vimos rodeados de un cielo gris plomo que parecía desplomarse en cualquier momento. Dudamos de seguir, pero solo faltaban 10 kilómetros. 10 kilómetros que se nos hicieron pesados, lentos y ruidosos. Cuando llegamos no hicimos más que hablar y caminar. Hicimos una especie de check-in sobre cómo nos sentimos después de casi 2 meses de viaje. Y mientras la laguna se arremolinaba con el viento, nosotros nos ordenábamos para seguir.
9.
Levantarse. Desarmar la carpa. Desayunar. Guardar el equipo. Pedalear, pedalear, pedalear. Frenar a tomar agua, frenar para comer, frenar para sacar una foto, frenar para decir: “mirá dónde estamos”. Pedalear. Respirar. Encontrar un lugar donde dormir. Armar la carpa. Tomar mate. Desarmar el equipo. Dormir. Repetir.
10.
Modo bosque. Esta es una partecita del sendero que llega a la laguna superior de las lagunas de Epulauquen. Si tuviera que definir en tres palabras lo que sentimos cuando estamos en la naturaleza el podio sería: abundancia, integridad y conciencia.
11.
No hice más que alzar los brazos porque me sentí presente, porque los sonidos me abrazaban en círculo, porque estaba agradecida con mi cuerpo: llegué hasta acá con mis piernas y gracias a la fuerza de mis músculos. Una vez más me creí posible. Y los caminos de piedras y los vientos y las tormentas y el cansancio y los dolores que están (que siempre están) se silencian. Y volví a entender que los tiempos de la naturaleza son otros y que a veces no hay nada que hacer. Nada. Por eso me gusta viajar a lugares que están en el medio de la nada: resetean mi manera de ver y estar en el mundo.
12.
El norte neuquino tuvo mucho de esto. Y fue así literal: en cuanto creíamos que le habíamos sacado la ficha a la ruta, ¡zas! Había que vadear un río, teníamos que subir no sé cuántos metros de desnivel o debíamos ir a paso animal por la veranada. No había manera de predecir el color de las montañas ni la intensidad del ripio después de las curvas. Todo sucedía al ritmo de un camino invisible.
13.
No pongas excusas. Te pido por favor que no. No quiero que veas esta foto y creas que cosas así las pueden hacer solo los valientes. No. Eso lo escuché mil veces. Tampoco quiero que pienses que esto es para pocos o que necesitás un año sabático para hacerlo. Derribemos ese mito. No quiero tampoco que me veas y digas: “necesito ser fuerte como ella”. No, para nada. Te vas a dar cuenta que tenés la misma fortaleza que yo cuando salgas a explorar las rutas del mundo. Quiero que dejes de ver los viajes como utópicos, maravillosos, idealizados: quiero que los veas como reales. En definitiva, quiero que te creas posible de una buena vez.
brean guajardo
me enorgullese como ciclista todo lo que hasen.les queda mucho por andar,fuerza y mi corazon siempre estara con uds.un viejito de 64 añitos,abraso de oso!!
La Vida de Viaje
Hola! Como bien dice el dicho “viejos son los trapos” jaja Aunque es cierto que van apareciendo dolores y el cuerpo no es el mismo que a los 20 años lo más importante es seguir siendo joven de la cabeza, el espíritu no tiene edad 😉 Un fuerte abrazo!