Diario fotográfico: Tierra del Fuego en bicicleta (2)
26 de enero, 12:55 hs.
Llegamos a cabo San Pablo y nos encontramos con el Desdémona, o mejor dicho, con lo que queda de él. A cada paso el buque se hace más grande y no puedo pensar en otra cosa que en esos minutos vividos por la tripulación aquella noche del naufragio. Rodeamos el barco, y por una rotura en el casco puedo meterme a la bodega donde aún descansan petrificadas las bolsas de cemento que llevaba en su último viaje. Hay una escalera que llega a cubierta y sin pensarlo demasiado subimos para ver la playa desde arriba, para ver al Desdémona un poco más cerca. Quizá para ver el paso del tiempo desde adentro.
26 de enero, 18:19 hs.
“Hablemos de cuando el mar se convierte en nuestro cable a tierra. Hablemos de cuando las olas nos limpian la memoria de la piel. Hablemos del tiempo fuera del tiempo y del deseo de que estos instantes sean eternos”.
26 de enero, 19:20 hs.
Mis pies hacen crujir las piedras.
Mis manos hibernan en mis bolsillos.
Mis ojos permanecen anclados en ese punto blanco
quieto
lejano
y vulnerable.
Es una escena en pausa:
el mar,
el cielo-tormenta
y el infinito del mundo.
Todo sucediendo,
en un respiro.
Voy siendo en el más absoluto silencio. Pero acá, el silencio, no es un cuenco vacío: escucho al mar agitándose con el viento, escucho a los pastos altos sonando como carillones, escucho las gaviotas que cantan, que gritan, que hablan. Y me llaman la atención los contrastes, porque del bosque cerrado pasamos a una costa infinita donde el verde es otro verde, el sol es otro sol, y el suelo es otro suelo. Todo va sucediendo en escenas. Y yo ahí, siendo conmigo y con todo a la vez.
27 de enero, 15:20 hs.
A veces encuentro huequitos en el bosque. Son como ventanitas abiertas de par en par. No sé si tienen algún poder extranatural o qué, pero siempre me dan la sensación de túnel: atravieso el paisaje con la mirada. Y llego a las cumbres de las montañas, vuelo con los cóndores, trepo los paredones de roca y alcanzo las copas de los árboles. Es muy raro porque siento como si estuviera duplicada, como si un doble de riesgo habitara en mí. Y las ventanitas. Y los huequitos. Por eso paro, freno, siento. Otra realidad está sucediendo en paralelo.
27 de enero, 17:07 hs.
Poquito de asfalto, mucho sendero, mucho bosque. Que la lluvia, que el barro, que la piedra. Que todo es divertido, que si nos mojamos no importa, que el viento nos hace ir más lento y qué problema hay si para eso viajamos en bici. Que no queremos que se termine, pero se va a terminar, pero después viene otro viaje y así. Lo agridulce del final. La ilusión de lo que viene.
“Cuando estoy así, receptiva al mundo, el mundo me enseña que se puede vivir a otro ritmo, que todo tiene sentido, que lo sutil todavía se puede percibir. Por eso creo que nunca me voy a cansar de viajar. Por eso la naturaleza, el sol y el viento”.
28 de enero, 14:46 hs.
Él pescando, yo escribiendo. En una playa, en una carpa, en la punta más sur del mundo. De a ratos llueve, sale el sol, se nubla, vuelve a llover. En frente, la ruta. De este lado, todo lo que se respira es el sonido del aire. Cierro los ojos, me quedo dormida, los vuelvo a abrir, y los pájaros y las mariposas blancas y el agua que musicaliza el tiempo. ¿Tiempo? Acá el tiempo parece que no existe.
29 de enero, 09:50 hs.
“Hay algo de nostálgico en el despertar diario, en las rutinas de mañana, en las expectativas del día. Quisiera que el tiempo fuera estático y el café infinito. Sobre todo esos primeros minutos de la mañana en que uno confunde los sueños con la realidad y todo puede ser posible”.
30 de enero, 16:15 hs.
Mis mañanas son aleatorias, quizá ya soy como el viento. A veces me gusta pausar el tiempo escribiendo, porque siento tanto que no me cabe en el cuerpo. Otras veces es levantarnos e irnos, pero es raro porque no nos vamos a ningún lado: seguimos en el mismo lugar, unos pocos kilómetros más adelante. El día y las horas siempre pasan a un segundo plano. Acá lo que único que importa es vivir. Cuando pasen los días me voy a acordar del silencio del bosque, de mi casa-carpa a la vera de ríos y lagos, y de lo sencilla que fui sabiendo que pude ser feliz con muy poco. Quizá solo viaje para coleccionar momentos así.
30 de enero, 20:59 hs.
Horas y horas frente al lago aprendiendo a pescar. Dando los primeros pasos en un mundo nuevo y desconocido, encuentro el equilibro entre la adrenalina y la paz. Entre el movimiento de la bicicleta y la calma de la caña. Paso horas sin que pase nada sintiendo todo lo que pasa alrededor mío. Y al final, pasó lo que tenía que pasar y ahí entendí todo. Me fui sin haber pescado nada, pero amando la pesca.
30 de enero, 22:05 hs.
Me gusta viajar de a dos. Me gusta saber que cuento con él para cada una de las locuras que se me ocurren, me gusta mirar en retrospectiva y ver cuánto crecimos, me gusta darme cuenta de que ahora (más que nunca) nos respetamos nuestros tiempos y espacios. Me gusta él, así, simple. Por eso a veces agarro la cámara y me convierto en una paparazzi infraganti: busco individualizarlo y reconocerlo más allá de lo que somos juntos.
31 de enero, 14:51 hs.
Para volver a Ushuaia teníamos dos opciones: ir por la ruta de asfalto (subida larga y constante, sin más obstáculos que autos y camiones) o por el viejo paso Garibaldi (subida corta y solitaria de ripio y piedras). Elegimos la que a simple vista parecía la más “difícil”. ¿Por qué ir siempre por los caminos oficiales cuando hay otras alternativas? ¿De cuantos caminos nos estamos perdiendo por no animarnos a hacer algo distinto?
31 de enero, 19:20 hs.
¿Cuántas veces más volveremos al fin del mundo? Ya van dos viajes: el primero fue en el 2013, cuando unimos Ushuaia-La Quiaca con el sueño de hacer la mítica Ruta 40 en bici. El segundo fue este año, cuando quisimos conocer la isla de una manera distinta: pedaleamos por senderos cerquita del mar, caminamos con la bici a cuestas por el bosque, dormimos en estancias abandonadas, llegamos pedaleando hasta el punto más austral que pudimos y nuestros mapas se llenaron de tierra porque el desafío era olvidarnos de las rutas de asfalto. Así terminó este viaje: con la satisfacción de haber hecho algo diferente y con las ganas de volver una y mil veces más.