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Semana 2: “Vamos a rollear mi amor”

(*) El título de este relato está inspirando en el tema “La bestia pop” de Los Redondos. Cada vez que me meto en el agua a “rollear” canto “vamos a rollear mi amor” —suelo cambiarle las letras a las canciones con frecuencia, no me pregunten por qué porque sinceramente no lo sé—.

Se supone que cuando uno entrena va evolucionando. Me refiero a que, con el paso del tiempo, se va puliendo la técnica y el cerebro –gracias a la repetición constante– empieza a hacer conexiones neuronales que facilitan el aprendizaje. Es así, ¿o no? Vayamos a la explicación científica:

Un estímulo de información, del mismo modo que cualquier experiencia, provoca en el cerebro una activación que produce o refuerza una conexión entre neuronas. Si el estímulo es suficientemente fuerte o se repite, la intensidad de esa conexión se fortalece y precipita uniones con otras neuronas. Estas uniones generan asociaciones entre diferentes grupos de neuronas que no son otra cosa que el sustrato neurobiológico del comportamiento aprendido.

Ok con la teoría, pero en la práctica me parece que esto así no funciona —o mejor dicho, en MI práctica—. La primera semana de entrenamiento fue muy buena, ¿pero la segunda? Me faltó tener una margarita en la mano no para pronunciar “me quiere, no me quiere” sino para reemplazarlo por “me sale, no me sale, me sale, no me sale” y siempre, pero siempre, el último pétalo terminaría en “no me sale”. A Andrés, día que pasa, día que lo aplaudo desde arriba del kayak o desde la costa… le sale todo.

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Parte del team masculino de Cuadrante Sur

¿Habrá una diferencia muy evidente entre nuestros cerebros para que a uno le salga todo tan rápido y al otro más lento? Googleando un poco, encontré un artículo cuyo título iba al meollo de esta cuestión:Las conexiones neuronales de tu cerebro varían si eres hombre o mujer”. Tardé menos de 10 segundos en hacer click.

Entre otras cosas, leí que los cerebros de los dos benditos sexos procesan la información del mundo exterior de manera diferente. Parece que la estructura de las conexiones del cerebro masculino favorece el intercambio entre las áreas de percepción de la realidad y las de acción, mientras que el cerebro femenino tiene conexiones neuronales orientadas a lo analítico e intuitivo. Los estudios entonces, apuntan a que las mujeres tienen una mayor capacidad de atención, una inteligencia social más funcional y una mejor memoria. En cambio el sexo opuesto puede mejorar las capacidades de orientación o acelerar el tratamiento de información y la respuesta ante estímulos móviles.

“Entonces Jimena, más vale que te tengas paciencia porque la velocidad que tiene tu cerebro para aprender no es algo tan fácil de manejar”. Qué bronca. No queda otra que practicar todo lo que nos enseñan las veces que sean necesarias para meterle presión a mi querida cabeza y que de una vez por todas, empiece a hacer las conexiones neuronales que hacen falta.

Justo esta semana apareció en nuestras vidas el roll, es decir, la maniobra para recuperar la posición cuando te das vuelta con el kayak, sin salir del bote. Desde que me hablaron sobre esta técnica no pude no sentir otra cosa que respeto. Darme vuelta, ponerme en posición de seguridad abajo del agua y girar el cuerpo de una manera muy extraña para salir a la superficie otra vez, es algo que ningún cerebro en este mundo puede llegar a entender racionalmente hablando. Es imposible. Es más, lo primero que me dijo Chris, uno de nuestros entrenadores en Cuadrante Sur, fue algo más o menos así: “no intentes entenderlo porque si lo hacés, no te va a salir. A la primera de cambios que me preguntes algo, no intentamos más y salimos del agua”.

Bueno, la cosa fue más o menos así —cómo les explico esto con palabras, no sé… voy a hacer lo que pueda—. El paso previo al roll consistió en practicar en el agua el “golpe de cadera” con Andrés y Pablo, otro de nuestros entrenadores. Primero probamos este movimiento con los kayaks de río antes de pasar a los de travesía, porque los de río son muchos más fáciles de maniobrar y responden más rápido a cualquier movimiento que se haga dentro del bote.

¿Qué es el golpe de cadera? Teniendo el bote inclinado en el agua, enderezar el kayak quebrando la cintura y empujando la cubierta con la rodilla derecha mientras apoyamos nuestras manos en la proa de otro kayak —así fue el ejercicio que nos hizo hacer Pablo— (¿Entendieron algo?). A Andrés, gracias a sus benditas conexiones cerebrales, le empezó a salir en el tercer intento… pero a mí no. Primero giraba la cintura, me olvidaba de la rodilla y hacía una fuerza enorme con los brazos.

Después del décimo octavo intento fallido, Pablo me dice: “salí del agua y practicalo en el pasto”. ¿En el pasto? ¿No me sale en el agua y me va a salir en el ¡PASTO!? Confío en mis entrenadores… y así quedé: probando un movimiento del agua pero en tierra.

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Sí, así terminé. Ahora vean el video de mis intentos:

Aclaración: en los primeros segundos del video Pablo está intentando sacarme con un palito una gata peluda que se me había metido adentro del kayak.

Cuando vi toda esta situación desde afuera no pude evitar reírme de mí misma. No había chance de que mi cuerpo entendiera los movimientos, así que cuando más o menos me salió, decidí retirarme.

Y ahí me acordé de algo que vimos en la Universidad —para los que no saben, Andrés y yo estudiamos Publicidad— y es que en todo proceso creativo hay una serie de etapas que suelen darse cuando uno quiere crear algo, sea lo que sea. La primera es la preparación —cuando uno se empapa de lo que le da curiosidad o le resulta interesante—, la segunda es la incubación —el momento de receso en el que las ideas se instalan y empiezan a trabajar por debajo de la conciencia—, la tercera es la iluminación —el ¡Eureka!—, la cuarta es la evaluación —si vale la pena o no continuar— y la última la elaboración —llevarlo a cabo—.

En ese momento previo al roll, yo estaba en la incubación, tenía que dejar de hacerlo para que mi mente entendiera ese movimiento tan poco racional que intentaban explicarme.

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A él le sale todo, un capo

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Al otro día le dije a Andrés que se meta conmigo en el agua para practicar el golpe de cadera. Bastó para que me suba al kayak de río y lo intente solamente una vez para que… ¡SALGA! ¡Vamos cerebro! 

Pero aún no cantemos victoria. Ahora es el turno del roll —miedo—. Para hacerlo, hay que repetir los movimientos con la cadera y sumarle el remo que va a servir como apoyo. No sé si lo dije antes, pero ¿por qué es necesario saber “rollear”? Porque si por cualquier motivo terminás abajo del agua es la primera opción antes de hacer un autorescate, se podría decir que es la maniobra por excelencia  para volver a la superficie.

El cuerpo va bien hacia adelante y el remo se agarra de una manera especial. Cuando nos damos vuelta, la cuchara tiene que salir del agua para hacer una especie de “barrido” —que sirve como apoyo— y acompañarlo al mismo tiempo con el golpe de cadera llevando el cuerpo hacia atrás. Las primeras veces usamos antiparras para ver que la pala salga del agua, pero no es un accesorio mágico: hay que pasar horas arriba del kayak para que salga solo y de manera automática.

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¡A rollearla!

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Posición de seguridad

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Así de enroscado queda el cuerpo abajo del agua

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Las caras después del roll son tremendas, ahí se viene una seguidilla…

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Y en menos de 2 minutos, volvemos a empezar

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“Opa, opa que me caigo”

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“¡Vamoooos!”

Veámoslo nuevamente en un video:

Se ve que ese día de entrenamiento estaba iluminada —o quizás estaba en la etapa de ¡Eureka! de mi proceso creativo kayakista— porque después de varios intentos con el kayak de río, el roll que tanto miedo y respeto me despertaba, salió. Ya a esa altura, las neuronas de Andrés habían podido establecer las conexiones necesarias para poder hacer el roll en un kayak de travesía.

Claramente —y está comprobado— nuestras conexiones neuronales tienen tiempos diferentes.

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Escritora y nómada digital. Viajo desde el 2013 y comparto en este refugio digital mi estilo de vida. Me apasiona la escritura y sobre todo inspirar y animar a través de la palabra. También escribo en luzyhumo.com y mi primer hijo de papel se llama Letras Luz. Dicto talleres de escritura y de viajes, no puedo vivir sin mis libros y cuadernos, y soy fan de la autoexploración.

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