Semana 3: “Cuando creés que te comés el lago, el lago te come”
Ellos creen que no pero yo también los observo. Me gusta que jueguen, que se empapen de adrenalina, que vean cuáles son sus límites, que vuelvan a encontrarse con ese niño que todos tienen adentro, que estallen de risa. Sé que ellos disfrutan mucho más de mí cuando estoy tranquilo pero no sé cómo decirles que no es algo que pueda controlar: es el viento el que me hace bravo o manso.
Ojo, con él no tengo ningún problema (más vale hacerse amigo de lo que nos molesta, ¿o no? Ese consejo se lo escuché hace un año atrás a una mujer de unos 50 años que charlaba con su hija de 25. Se la veía triste, algo le molestaba pero ni ella sabía definirlo bien. Escuché a muchos que sentados en mi costa filosofan sobre la vida y sobre lo que está bien o mal, hablan de muchos cambios que tienen que hacer en sus vidas y hasta están los que quieren venirse a vivir a Bariloche para sentirse felices de una buena vez… a veces me pregunto si hacen algo de todo lo que dicen).
A algunos los veo darse vuelta en… mmm… ca… ¿cabshas? ¿callacs? ¿kallacs? ¿kayaks? (algo así es, pero no sé cómo se escribe). Hay de varios colores: amarillos, rojos, verdes, azules, rosas, naranjas… a veces forman un arcoíris en movimiento. También hay largos y muy cortitos. Veo arriba de ellos bebés, chiquitos, adolescentes, padres y madres, abuelos y abuelas pero todos tienen una sonrisa enorme en la cara.
¿Tan bien la pasan? A veces me llama la atención porque muchos se están por caer al agua y en lugar de preocuparse, se ríen sin parar. ¡Eso me gusta! Así deberían ser en el agua, en la tierra y en el aire.
Escuché por ahí que las mujeres que entrenan me tienen miedo pero ¡yo no les hago nada! En definitiva siempre pueden volver a la superficie o a lo que yo llamo el “mundo real” (aunque mi realidad es bien bien real eh, pero bueno… a los humanos les encanta creer que lo único que existe es lo que pueden tocar, respirar y por sobre todo, pensar).
En fin, volviendo al tema, me divierte verlas algo desesperadas cuando se dan vuelta con los cabshas y quedan abajo del agua: salen pataleando y moviendo los brazos esquizofrénicamente (para mi tranquilidad, siempre pero siempre salen).
¿Los hombres? Un tema aparte. A veces se confían mucho. Desconozco el nivel de dificultad de lo que les enseñan, pero algunos creen que soy fácil y la verdad es que no: al principio me tienen muchísimo respeto, pero cuando les empieza a salir las técnicas esas raras para salir del mmm… ¿cabshas? ¿callacs? ¿kallacs? ¿kayaks? (ya me lo voy a aprender) se creen que ya está y piensan que se las saben todas. Pero vuelvo a repetir: con el viento y conmigo, hay que tener cuidado.
Una vez un chico de rodete y barba, que viene viajando con su novia hace un año más o menos (según lo que escuché por ahí) se subió a uno de esos botes súper confiado. Por lo que vi, todo lo que iba aprendiendo le estaba saliendo, pero un día… la cosa fue así: primero una chica se mete en el agua porque quiere practicar un autorescate (por sentido común, calculo que es cuando se dan vuelta y tienen que subirse otra vez al kallac sin ayuda de nadie). Ella lo intenta varias veces pero no puede, así que el de rodete va con el suyo a ayudarla (justo en ese momento, nos estábamos divirtiendo con el viento). En el instante en el que va a buscarla, ella logra subirse y vuelve a la costa.
Ahora es el turno de él. Se da vuelta, hace una serie de pasos casi de manual, pero cuando intenta meterse en el callak, no lo logra. Se da vuelta. Vuelve a empezar. Se da vuelta. Intenta una vez más. Se da vuelta. Pierde la colita del pelo, el rodete se transforma en una cabellera pronunciada y llovida. Vuelve a probar. Se da vuelta. No puede. Hasta que el entrenador lo va a buscar, lo lleva a la costa y le dice: “cuando creés que te comés el lago, el lago te come”.
No quiero que me tengan miedo, pero sí respeto. Los que entrenan, los que vienen con amigos o hijos, los que salen sin chaleco salvavidas cuando no les cuesta nada ponérselo, los que creen que se las saben todas, los que van por el medio del lago y lejos de la costa. Los días en los que estoy tranquilo no suele pasar nada (dije “suele”, nunca se confíen) pero un día nos cruzamos con el viento y no quiero que nadie se asuste. Yo aviso.