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Viajando dentro de otro viaje

Desde chiquita que me gusta el campo. Y si me pongo a pensar cuándo nació este gusto, me tengo que remontar a cuando usaba pantaloncitos rosas y una remera blanca con un Mickey Mouse estampado. Mi pelo por los hombros estaba descontrolado y mi respiración era agitada: no paraba de correr, iba de un lado al otro, me entretenía con lo poco que encontraba en el camino —desde una pelotita de golf olvidada en un cajón y que nunca supe por qué estaba ahí, hasta las piñas que encontraba al pie de los árboles—. La casa de la infancia de mi papá —o nuestra casa de fin de semana— quedaba en la provincia de Buenos Aires, más precisamente en Los Cardales. 

Solíamos ir con toda la familia: abuelos, primos, tíos y amigos. Los sábados armábamos una larga mesa en una de las galerías de la casa con unos largos tablones de madera especiales para la ocasión, no recuerdo qué comíamos —porque el asado bautizaba los domingos— y si hacía calor nos metíamos en el tanque australiano que rebalsaba de agua. Yo feliz de la vida, iba corriendo con mi mallita de todos colores y un inflable circular enorme color negro y gris para zambullirme en esas aguas agitadas por el movimiento de los que ya estaban adentro nadando y riendo.

El campo era enorme, más o menos de nueve hectáreas. La casa estaba en el centro y a unos pocos metros se veían los escombros de lo que en algún momento fue una vieja construcción, con algunas paredes todavía en pie. Había mucho verde. Árboles altos, tranqueras en ambos extremos del campo, florcitas amarillas por todos lados, un gran tronco caído, un largo camino de tierra y un cielo azul que casi nunca se cubría de nubes. Las noches eran igual de mágicas, bien silenciosas y estrelladas.

No sé si fue un aroma, un saludo, los árboles meciéndose por el viento o todo eso junto, pero cuando llegamos a Famatina no pude evitar que mi memoria visual y auditiva retrocediera 15 años. Todas esas imágenes y sensaciones bastante olvidadas se me vinieron a la cabeza como por arte de magia, pero a pesar del paso del tiempo, siguen intactas. Esa chiquita a la que le encantaba correr, que se divertía con cualquier cosa y que disfrutaba del sol y del viento en su cara, también sigue ahí, con el mismo espíritu de siempre.

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La Finca Huayrapuca nos estaba esperando con las puertas abiertas. Nos invitaron dos días para que descansemos, recorramos el lugar y probemos algunas de sus delicias bien autóctonas. Si ya estaba viajando a través de mis recuerdos, llegar y sentir ese lugar tan particular me trasladó a mil momentos de mi niñez. Sin darme cuenta estaba viajando dentro de mi propio viaje. 

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Piso sus suelos de nuez y el crujido me hace acordar al sonido que hacían las ramas de los árboles cuando las pisábamos con mi mamá. Íbamos de la mano hacia la otra punta del campo. Yo estaba preocupada por un perrito muy chiquito que había encontrado adentro de una caja y que me quería llevar a casa, pero ella intentaba convencerme de que la perra mamá iba a llegar en cualquier momento a buscarlo y si lo llevábamos Craizy, nuestro perro, se iba a morir de celos.

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Las paredes de adobe me traen recuerdos de las paredes de la galería de la casa donde solía reunirse toda la familia, donde siempre había movimiento, donde todos tenían una historia para contar.

Me subo a un caballo para recorrer la finca y me acuerdo de cuando mi papá me contaba de su caballo de la infancia con el que daba más de una vuelta alrededor del campo. Sin dudas todo es hereditario y más de una sensación también, quizás los cuentos que me describía están despertando algo en mí: cada vez que se me presenta la oportunidad de subirme a un caballo no la quiero dejar pasar, por más corto o largo que sea el paseo.

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Escucho el maullido de un gato que silenciosamente se acerca para que le dé de comer. Me acuerdo de Miel, el gato de la hermana de mi papá —mi tía—, cuando la llevó por primera vez al campo. Bien sigilosa y sin apuro se paseaba frotando nuestras piernas, buscando algún pedacito de pan o al menos una caricia que alguno le quiera regalar.

Siento un pájaro que picotea el suelo y vuelo con mi mente a ese momento en el que admiraba la libertad de todas las aves que veía pasar. Al ser tan chiquita las quería agarrar con mi mano, acariciarlas y dejarlas libres otra vez. Nunca me hubiese imaginado que años después, la que iba a querer volar bien alto iba a ser yo.

Sigo viajando mirando las plantaciones de nogales

Y veo a las llamas que están en su mundo y yo en el mío…

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(algunas posan para la foto)

Vamos hasta el estanque y no puedo evitar cerrar los ojos. Todos los sonidos que escucho me resultan familiares. Siento tanta paz y el aire es tan puro que ahora entiendo el porqué de ese gusto por el campo, por lo verde, por el silencio. Comprendo por qué me siento un bicho en la ciudad, y aunque todavía no sé cuál es mi lugar en el mundo, no dudo que será cerca de la naturaleza y a cielo abierto.

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Cuando abro los ojos y veo las montañas, el Famatina con su cumbre blanca y los colores de las sierras en los cuatro puntos cardinales, me pregunto cómo no vine a este lugar antes. Tan cerca está de Buenos Aires y tan poca gente lo conoce. Tantos recuerdos, sensaciones e imágenes despertó en mí que no puedo borrar la sonrisa pícara de mi cara, la misma sonrisa de esa nena que corría de un lado al otro con sus pantaloncitos rosas y su remera de Mickey Mouse ya manchada de tierra por jugar en el campo, ese campo al que sigo viajando imaginariamente después de 15 años.

Finca Huayrapuca se encuentra al pie del Famatina en la provincia de La Rioja. Su casona original de adobe y su plantación de nogales denotan historia y cultura. Además de brindar hospedaje, se realizan visitas guiadas para recorrer la finca y así conocer el proceso de trabajo de la nuez. Los invitamos a conocer este mágico lugar en huayrapuca.com y seguir sus novedades en Facebook.

☞ Este es un post patrocinado, lo que significa que nos recibieron en el hospedaje a cambio de mencionarlo en el blog. Nuestras opiniones son independientes, personales y objetivas, y están basadas en nuestra experiencia real.

Escritora y nómada digital. Viajo desde el 2013 y comparto en este refugio digital mi estilo de vida. Me apasiona la escritura y sobre todo inspirar y animar a través de la palabra. También escribo en luzyhumo.com y mi primer hijo de papel se llama Letras Luz. Dicto talleres de escritura y de viajes, no puedo vivir sin mis libros y cuadernos, y soy fan de la autoexploración.

Comments

  • 23 agosto, 2013

    Me encanta eso de viajar dentro de un viaje.. recordando la infancia, la casa, otro viaje, otro país… es como que hace más fuerte el sentimiento, lo llena de emoción, no? =)

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  • Mabel
    21 agosto, 2013

    Queridos Jime y Andres cada dia las fotos son mas bellas cada una un cuadro yque hermoso el relato de viajando dentro de mi propio viaje, cuando uno a vivido bien su infancia tiele memoria enocional esa es la que te funcionó a ti pero ademas me dio la sensacion de aquel video ¿donde estaras dentro de 20 años? es como si vos te lo hubieras preguntado y grabado en yu infancia en aquel campo y hoy mira es real estas en todos lados. Gracias por tantas emociones y sigan asi los Quierooooooo!!!!!!!!!!!!!!

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  • 21 agosto, 2013

    Gracias por tan bello regalo linda… yo también, en silencio, te acompaño…

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  • juliana
    21 agosto, 2013

    Te olvidaste de las bellotas! jjajaja.
    Siempre tan lindo, descriptivo. Tan lindos recuerdos.
    Te adoro, chivin!

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  • Pablo
    21 agosto, 2013

    Hermoso relato, intentare ir en mis proximas vacas!

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  • marita y miguel
    21 agosto, 2013

    Que lindos son los recuerdos de la infancia,pese al tiempo conservan intactos los sonidos,los sabores,los perfumes.Hermoso leerte hija!.!Me hiciste emocionar con tu recuerdos y como los contaste,cuando te lei regrese a cuando eran chicas…..que linda sensacion!!!que momentos tan magicos!! gracias! segui escribiendo y soñando.Bravo!!

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  • juli
    20 agosto, 2013

    faa jimena me hiciste llorar! ….QUE HERMOSO LO Q DECÍS, QUE HERMOSO COMO LO DECÍS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!….
    TE QUIERO!!…

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  • marita y miguel
    20 agosto, 2013

    Que lindo Jime, me hiciste emocionar con tanto recuerdo de nuestro paso por el campo de Cardales, que lindos recuerdos y que fuerte todo lo que decis.Como pesan las cosas de la infancia cuando son llevadas con tanto amor y sencillez. Hermoso hija tu relato, cada vez lo haces mejor.Lo mismo las fotos de Andres.Un beso muy grande y no me hagas llorar mas……….

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