Días de ruta austral (2)
Bertrand está apoyado sobre la ladera de un cerro que mira a un lago, tiene una costanera que se recorre en menos de un minuto y dos “campings”, uno en la entrada y otro a tres cuadras. Frenamos en el primero. Un hombre de unos 60 y pico de años, de pelo y tez oscura con un cartón de vino en la mano nos mira pasar mientras conversa con unos viajeros. Todos se ríen, bajan la cabeza y nos vuelven a mirar. Andrés se acerca y le pregunta en voz baja cuánto cuesta acampar. Yo no llego a oír el precio, pero mientras tanto veo que a mi derecha hay un baño químico.
“Sale 10 mil pesos chilenos por persona”. “¡¿QUÉ?!”, le respondo a Andrés. Me acerco a una chica chilena que estaba acampando y le pregunto cuánto está pagando. No me dice el valor exacto, pero me da a entender que ese hombre se está aprovechando de nosotros por ser “turistas”. Estoy a punto de darme vuelta para decirle algo y sacarme la bronca que tengo adentro, pero Andrés me frena para no pelear. Pasa que no puedo no encabronarme con situaciones así. “Aprovecharse”, ¿de qué? Si nuestro presupuesto de viaje es más que mínimo, llegamos en bicicleta y estamos buscando no un alojamiento 5 estrellas sino un lugar donde armar la carpa y dormir. Y no me vengan con el cuentito de “tienen pinta de yankees” como nos dijeron alguna vez porque esa excusa no debería existir en el discurso de nadie. Es la bajeza (y la avivada) humana es su máxima expresión. Y tampoco acepto la segunda excusa de “pobre, estaba borracho”, eso es justificar lo injustificable. Al rato nos enteramos que ese camping en realidad es municipal y que no deberían cobrarle a nadie y le digo a Andrés que me quiero ir de Bertrand.
Pedaleamos hasta la última casa del pueblo donde vemos un jardín y varias carpas armadas. Le pregunto a un señor canoso que está sentada al lado de la puerta cuánto cuesta acampar y me dice 4 mil pesos chilenos. Ok, eso sí es un precio razonable. Cuando entro en la casa, seis señoras de entre 50 y 70 años me clavan la mirada mientras de fondo se escucha la telenovela de la tarde. Las saludo y les pregunto si alguna es la dueña. “¡Mirella, te llaman!”. Mirella es la cuñada de todas esas mujeres que están pasando tres semanas de vacaciones en su casa. Me da gracia jugar a detectar cuáles son sus perfiles: la callada, la tímida, la risueña, la que siempre contesta, la que dice todo que sí y la de los chistes fáciles. Su hermano, el marido de Mirella (el que estaba sentado al lado de la puerta), entra en la categoría de tímido hasta que le empezás a hablar. Rompemos el hielo y nos terminamos quedando cuatro días en Bertrand.
Al tercer día nos llega una invitación: remar las aguas del lago Bertrand en kayak. Llueve. Y las nubes bajas cubren las montañas verdes hasta perderse en un horizonte blanco. Entramos al agua con la sensación de querer perdernos por un rato: en esta parte del sur dan ganas de cruzar arroyos, ríos y lagos para llegar a lugares poco explorados. Las gotas caen como hilos que iluminan el bosque como si fuesen luces intermitentes. Oímos a nuestros remos chapotear en el agua, oímos la lluvia rebotar en el bote, vemos casas deshabitadas y rocas que se sumergen y se asoman sobre la superficie. Sentimos nostalgia de día gris. Bostezamos: calma. Los sentidos como sensores sensibles. La lluvia que no se cansa de mojar el suelo y el suelo que no se cansa de brotar ñires, lengas y helechos. Este es el bosque siempre verde. Hay dos cascadas. Esas cascadas que miramos, y que hoy describo y que hoy leés, en este momento siguen peinando el cerro. Giramos en U hasta que el viento nos tambalea las caderas. Llegamos hasta el límite del lago y cruzamos la línea que lo separa del lago Plomo: turqueza de un lado, verde esmeralda del otro; uno tibio, el otro más frío; uno liviano, el otro espeso. Frenamos en una playa de piedras blancas mientras el bosque adulto nos abriga con sus ramas. La lluvia para, las nubes se abren, es otro día dentro del mismo día.
A la mañana siguiente partimos hacia Bahía Catalina, conocido por los pobladores como “La Península”. Ahí conocemos a Miriam y a Patricio, dos ambientalistas que promueven el turismo autosustentable y su desarrollo en Aysén, una de las regiones que cruza la Carretera Austral. En las hectáreas de Bahía Catalina tienen solo dos cabañas y un área de camping para tres carpas. No quieren sobreexplotar el lugar como destino turístico, quieren que todo esté en armonía con la naturaleza y ser lo más autónomos posibles en su quehacer cotidiano. Levantan la bandera del empoderamiento personal y colectivo en pos de un futuro que involucra a todos. Esa es su forma de ver y ayudar al mundo.
La próxima parada es Puerto Río Tranquilo. Pedaleamos bordeando el lago General Carrera, el más grande de Chile y el segundo de Sudamérica después del Titicaca. Su forma es alargada y como todos los de la región es de origen glaciar lo que significa que tiene más de 14 mil años. Si los otros lagos eran turquesas, este se gana la medalla de oro por turquesa intenso.
La entrada a Río Tranquilo tiene piedras del tamaño de un adoquín y pozos profundos. Temblamos, nos reímos y puteamos, todo al mismo tiempo. Llegamos al pueblo y el lago de tranquilo no tiene nada: las olas salpican la costanera como si fuese un mar golpeando un muelle. El centro me hace acordar a esas villas turísticas de sky. Digo que se parece a Villa Cerro Catedral y Andrés me retruca que para él se parece a El Chaltén. Hay puestos de empresas que ofrecen excursiones, hay cervecerías, mercados de frutas, comercios, restaurantes y hospedajes. A los carteles de las empresas solo les faltan luces de neón para parecerse a marquesinas de cine, pero entre tanta oferta descubrimos que el top 3 de excursiones es: kayak por las Capillas de Mármol, ice trek por el glaciar Exploradores y navegación por la laguna San Rafael para llegar al glaciar del mismo nombre. Queremos hacer las tres excursiones para vivirlas y contarlas y los planetas se alinean para que durante los tres días que estamos en Puerto Río Tranquilo no paremos ni un segundo (comentario spoiler: esto se los contamos en este post porque si no esta hoja de viaje virtual se va a hacer eterna. Acá solo les dejamos algunos fotomomentos de cada experiencia).
Ripio de mierda. Eso es lo único que me sale decir. El sol me quema el cráneo y las piedras la paciencia. No sirvo para pedalear sobre estos cascotes. En las subidas pierdo el equilibrio y elijo bajarme y caminar aunque los gemelos después me duelan todo el día. En las bajadas me tiemblan hasta las muñecas y el patín de los frenos larga humo. En situaciones como estas me acuerdo de una lectora que me dijo que cuando vio un video nuestro en YouTube creyó que yo era la “wonder woman” del ciclismo. No señores, no me idolatren porque soy tan humana como ustedes: tengo miedos, poco equilibrio y por más kilómetros y vida de viaje que tenga encima hay momentos donde la aventurera quiere dejar de ser la mujer maravilla.
Un ejemplo: se me sale la cadena en plena Carretera Austral y no me acuerdo cómo ponerla en su lugar. Andrés pedalea mucho más adelante que yo, le grito y no me escucha, le hago señas y no me ve. Lo pierdo de vista. Freno a una camioneta, bajan la ventanilla y dos rubias francesas me miran con cara de “mi-no-entender-nada” y les digo en inglés que le avisen a mi novio que está más adelante que frene y que me espere y espero que lo encuentren porque si Andrés agarra velocidad en la próxima bajada no lo voy a ver hasta dentro de seis kilómetros. Camino bajo el sol mientras siento el casco mojado por la transpiración. Doblo en una curva y lo veo a Andrés sentado en el guardarrail con cara de “qué le pasa a esta mina”. Bien, mi paloma mensajera llegó antes de la bajada. Me explica cómo poner la cadena y me siento una boluda total.
No hay ni un auto que no levante polvo. Nos pasan tan rápido que me pongo a pensar en la tasa de accidentes por exceso de velocidad que habrá en este tramo de la ruta, hasta que vemos una camioneta volcada en la banquina. Agarro la caramañola para tomar agua y solo me queda un sorbito. Sol, calor, ripio y la caramañola vacía es la combinación perfecta para que mi humor se ponga en rojo. Lo único que quiero es llegar a Villa Cerro Castillo, tomar un litro de lo que sea y cambiarme esta ropa húmeda. Mientras tanto Andrés filma esta situación bizarra y me lo quiero comer crudo. Propongo que en los próximos días no hagamos nada más que escribir, dormir y comer. Qué lindo, pensar en eso me cambia el humor.
Cuando llegamos a la villa, el ripio se termina y el asfalto se ilumina con una luz celestial que me hace sentir que estoy volando con ET en un canastito y todo es maravilloso y ya no hace calor y veo un almacén y pienso en agua y el asfalto es silencioso y llanito y todo es mágico y perfecto. Los dos días siguientes, llueve. No vemos ni los cerros, ni el castillo, ni el cielo. Dormimos sobre un colchón y pasamos horas y horas calentitos adentro de una habitación planificando los próximos días de ruta austral.
De este viaje nació una película: “1247: La Carretera Austral”.
Para verla hacé click acá.
☞ Las actividades y los hospedajes linkeados en este post fueron por invitación a cambio de mencionarlos en el blog. Nuestras opiniones son independientes, personales y objetivas, y están basadas en nuestra experiencia real.
Miguel Sanchez Sanchez
Buenas fotos, la mayoría con composición y manejo de luz.
Los admiro por su valor , tenacidad, fuerza de voluntad y mucho mas.
Yo soy viajero pero mas comodino, entonces eso me hace admirar su esfuerzo, sinceridad para escribir sus sentires y ser ante todo humanos.
Adelante
Cuidense
La Vida de Viaje
Gracias Miguel! Te llamás igual que mi papá jaj 🙂 Te abrazo fuerte!
dani
Que paisajes increibles, el relato de la travesia y las fotos excelentes..! Que siga la vida de viaje…!
Juan Cruz y Anto
Que buen viaje!!!! lugares buenisimos se ven. Queria preguntarles cuanto tardaron en hacerla toda? Porque es un tramo largo y se ve que vale la pena hacerlo en bici
que le da otro gusto y en que epoca es mejor porque del lado de chile es mas humedo no?
La verdad siempre es bueno saber de sus viajes y como la pasan.
Saludos.
La Vida de Viaje
Hola chicos! Todo nuestro viaje por la Carretera Austral de punta a punta fue de 62 días (fueron 1500km, este artículo solo muestra una parte de esos kilómetros) En esta parte de Chile llueve muchísimo y siempre es mejor si la temperatura acompaña un poco… el verano es una buena época pero los meses de noviembre/diciembre y marzo/abril son buenas opciones también.
Wilfredo
Genial! Que continúe el buen viaje.
La Vida de Viaje
Siempre! Que siga y siga el viaje 🙂
juan jose macaluso
que paisajes por dios ,son un sueño y yo los disfruto desde la compu por muchos mas
La Vida de Viaje
Viste Juan?! Son hermosos los paisajes de la patagonia chilena! no nos cansamos de verlos una y otra vez.